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La Liga de las Estrellas, la que convoca una de las mayores audiencias en el mundo y un sinnúmero de seguidores de sus principales equipos, borró el sábado, de un solo tajo, al Real Madrid como candidato a llevar a sus vitrinas un trofeo más.

El Santiago Bernabeu, su estadio, se convirtió en un gran cementerio al que asistieron masivamente sus seguidores con el fin de asistir a otra batalla contra el otro equipo de la capital: el Atlético de Madrid, que con un gol de Griezmann se llevó los tres puntos que lo dejaron muy lejos del sólido Barcelona, primer candidato a ganar la Liga.

Pero hace rato que el Atlético, de la mano del Cholo Simeone en el banquillo, le tomó la medida al equipo merengue que anda de tumbo en tumbo, pagando el precio de no contar, desde hace varios años, con un plan deportivo ni de juego definido. Hace rato que Florentino Pérez, su presidente, y quienes lo acompañan en la dirección del club, no tienen una estrategia diferente a la del mercadeo, la venta de camisetas con el nombre de ídolos internacionales sobre los que apuntala una política expansiva, más propia de un imperio que de un gran club de fútbol.

La temporada 2015-2016 puede ser para el Real Madrid una de las más pobres de su historia en resultados. Ya salió de la Copa de Rey por la puerta de atrás, al ser descalificado por alinear a un jugador que debía una fecha de sanción, error atribuible a todas las instancias del club y  propio de un equipo aficionado, más no del Real Madrid. La salida de Ancelotti de la dirección técnica del equipo, pese a contar con el apoyo de los jugadores con más peso en el grupo, fue un capricho de Florentino Pérez. Su reemplazo, Rafael Benítez no logró darle gusto a tantos jefes: por un lado, al Presidente del club que impuso la alineación de Bale e Isco en la titular, sacrificando así a James, quien debió acomodarse a jugar donde rinde poco; por otro,  al vestuario que nunca compartió el método de trabajo ni el estilo de juego del entrenador y por último a la clientela del Bernabeu que nunca se conectó con el juego de un equipo descompensado, timorato y defensivo, pese a contar con jugadores del nivel de Cristiano Ronaldo, Benzemá, James, Modric,  Kroos y demás jugadorazos del balompié mundial. En otras palabras, no pudo encontrar la cuadratura del círculo.

El trámite del juego no resiste mayores comentarios. El Atlético, con mucho sentido de pertenencia, con el temple que le imprime Simeone a su grupo para jugar los partidos con fiereza, ordenados, pacientes y dejando el alma en cada balón que disputan, desnudó a un colectivo blanco nervioso, desordenado, sin conductor en el campo y dirigido desde la raya por Zidane, que como técnico aún debe demostrar que puede estar en la élite mundial, así como ya inscribió su nombre en el Olimpo de los jugadores legendarios de este deporte.

El desempeño del Madrid fue tan pobre que los asistentes a la caldera merengue celebraban a rabiar los saques de banda que de manera apresurada y veloz hacía Cristiano Ronaldo; parecía que a eso se limitaba el aporte de CR7 en la búsqueda del triunfo. Las horas del portugués parecen contadas en la “Casa Blanca”. Sus comentarios al terminar el juego, cuando sin ningún reparo marcó distancia entre su nivel de juego y el pobre aporte de sus compañeros, parecen haberle marcado el camino de salida de la institución. El vestuario en pleno le pedirá explicaciones y tal vez nunca sabremos qué verdades la cantarán sobre su actuar. De ese ritual no lo salvará ni siquiera la opinión de los parciales merengues, a quienes miraba durante el juego, cada vez que desperdició una jugada de gol, como clamando por su solidaridad, en una especie de diálogo entre un incomprendido actor a quien los dioses le negaron el sábado, una y otra vez, las mieles del gol, bien porque Oblak  bloqueba sus remates y cabezazos, o porque simplemente no tuvo la puntería ni la potencia para vencer la resistencia del seguro arquero del Atlético.

James Rodríguez, quien fue titular de nuevo, nunca se acomodó en la cancha. A veces por derecha y otras por izquierda, intentó darle claridad con sus pases a la atropellada ofensiva merengue, pero nunca logró pesar en el juego. Tan pobre fue su participación que salió abucheado por los seguidores del Real luego de que Zidane lo enviara al banco después del gol del Atlético. Pareció el cambio un castigo deliberado y un señalamiento de  su bajo nivel futbolístico. Así lo entendieron desde la gradas, desde donde bajó una atronadora chiflada, a quien hace rato no pesa en los juegos importantes del Madrid, perdió su puesto en la titular y no logra desplegar su talento, ese que lo destacó en su primera temporada en el conjunto merengue. Las cosas salieron tan mal para James el sábado que en la jugada previa al gol, fue incapaz de seguir el desplazamiento de Filipe Luis, como era su obligación y le dio vía libre por esa autopista en la que se convirtió la banda izquierda del Atlético. El brasilero llegó cómodo hasta el fondo, metió el freno, habilitó a Griezmann, que con total comodidad ajustó su remate al palo derecho de Keylor Navas.

Tal vez el Atlético tampoco gane la Liga. Tal vez el Barcelona lo haga con suficiencia. Pero lo que no puede suceder más es que el Madrid se convierta en la fuente de frustración para muchos seguidores del equipo en el mundo, que desde hace ya varios veranos se ilusionan ante la constelación de estrellas que componen su nómina, pero que no logran competir como un verdadero equipo, con un estilo definido, con un rumbo claro y con la continuidad necesaria para competir en la Liga de España con el Barcelona y con los grandes equipos de Europa en la Liga de Campeones, competición a la que se aferra en esta temporada para no irse en blanco.

No soplan buenos tiempos para el Madrid. Ya no sabe si los problemas están en el palco presidencial, en el banquillo del técnico o en el campo con los jugadores. Tal vez hay un poco de todo. La cirugía que necesita el enfermo promete ser profunda, dolorosa y larga.

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