Estalló la bomba. No bien había terminado el pacífico juego contra el Sporting de Gijón, más parecido a un entrenamiento que a una cita por la Liga, cuando el planeta fútbol sintió el impacto del bombazo que tronó con todo desde la sala de prensa del Camp Nou: Luis Enrique anunció que a partir de junio no será más el técnico del Barcelona.
De este modo, Luis Enrique Martínez puso punto final a tres años como director técnico del Barca. Fueron tres años llenos de emociones fuertes, de encuentros y desencuentros con Cataluña entera y por supuesto con los millones de seguidores del club más ganador de los últimos tiempos.
Tres años en los que llevó a las vitrinas del club ocho nuevas copas, incluidas las del triplete de la temporada 2014-2015. Ese año ganó la Champions, la Liga y la Copa del Rey. Además, en estricto sentido, todavía está en la carrera por el triplete del 2016-2017.
Pero también fueron tres años en los que, para sus detractores, desnaturalizó el juego del Barca, minimizó la presencia de los jugadores formados en la Masía en el equipo titular y terminó con el romance entre la institución y la sociedad catalana, que sigue sin darle el sí definitivo al estilo de juego del equipo.
Es cierto que cuando tomó las riendas del club, el paso de Martino por el banco culé había roto en mil pedazos la obra de Guardiola. De ese Barca altivo, fresco, solvente en el manejo de la pelota, quedaba poco. Pero su proyecto de reconstrucción del equipo no necesariamente pasaba por los principios del fútbol practicado por el Barcelona.
Y no podía serlo porque, como lo escribimos alguna vez, Luis Enrique, ídolo del barcelonismo como jugador, es el menos parecido a los ídolos del santoral culé. Siempre fue más un jugador fogoso, derrochador de físico, velocidad, entrega y temperamento que un jugador como Guardiola, Xavi, Iniesta, de buen pie y exquisitez en el trato del balón.
Eso no le quita puntos. ¡Ni más faltaba! Pero con esas características, era muy posible que apostara por armar un equipo más parecido a su manera de sentir el fútbol, que uno entregado al juego lírico, cadencioso y obsesivo por el control del balón, al que nos acostumbró Guardiola.
Luis Enrique, el Asturiano que fiel a la idiosincrasia de los suyos, se caracteriza por ser frentero, altivo, perseverante y entregado con pasión al trabajo, enfrentó a su modo a un grupo de jugadores que no se la pusieron fácil. Por ese vestuario pasaron entre otros, jugadores de la talla de Xavi, Dani Alves y Pedro, que jugaron un papel fundamental en la época de Guardiola, pero que por diferentes razones dejaron el equipo. También tuvo que lidiar con algunos que pasaron con más pena que gloria como Adriano, Vermaelen, Douglas, Sandro, Munir, Bartra y otros que no acaban de convencer como Arda, André Gomes, Denis Suárez, Digne.
Con todos ellos tuvo que librar combates cuerpo a cuerpo para hacerles entender en su momento por qué no eran titulares, pero también obtener de ellos lo mejor en los minutos que estuvieran en el campo.
Y por otro lado, ha tenido que lidiar con Messi, Suárez, Neymar, Iniesta, Busquets, Piqué, Rakitic, Mascherano Bravo y Ter Stegen, (los dos porteros que lo pusieron a definirse por el uno o el otro en esta temporada), explicándoles que por su propio bienestar físico no pueden jugar siempre.
Este último grupo de jugadores, a pesar de no compartir con el Míster su visión de juego, tuvieron que aceptarlo finalmente y darse a la tarea de practicar un fútbol largo, sin tanta elaboración, más eléctrico y demoledor para aprovechar las incontrastables capacidades goleadoras de Suárez, un depredador del área; se enfocaron en sacar ventaja de ese juego picante lleno de gambetas de Neymar y por supuesto de la magia infinita de Messi, ahora más en el papel de organizador de juego que en el de gran goleador, aunque los siga haciendo por montones.
Con ellos también se enfrentó. Los sentó en el banquillo en un claro pulso por demostrar quién mandaba allí. Ese es Luis Enrique, el asturiano que para bien o para mal ha sido y lo será hasta junio, el capitán del barco.
Así ha sido el paso de Luis Enrique por el Barcelona. Polémico, como es él. Transformó al Barcelona ganador de Guardiola que alguna vez alineó, para orgullo catalán, a once jugadores hechos en La Masía, en el Barcelona ganador versión Luis Enrique, que tuvo contra el Leganés en el campo una formación con amplia mayoría de jugadores formados lejos de las raíces del club.
La bomba de ayer tronó por toda Cataluña. Retumbó en Tarragona, Sabadell. Lleida, en el más recóndito rincón del territorio de la Comunidad. Voló en mil pedazos la tranquilidad del Paseo de Gracia, de Las Ramblas, de la Sagrada Familia. Porque el Barca es “Más que un Club”. Porque para bien o para mal, lo que pasa con el equipo culé afecta y de qué modo la vida en Cataluña.
Ahora mismo hay quienes afirman que Luis Enrique se equivocó al escoger el momento de su anuncio. Piensan que trajo zozobra innecesaria en vísperas del duelo decisivo contra el PSG, en el que la remontada épica y heroica es el único camino para pasar a la siguiente ronda de la Champions.
Para otros, el asunto estaba cantado y Luis Enrique, como muchos otros héroes culés, estaba a horas de ser devorado por esa máquina que se engulle sin respetar galones a todos los que terminan su ciclo en la vida del Club. Cruyff, Ronaldinho, Valdés, ejemplos claros de tórridos romances con el club de sus amores.
Otros insisten en qué, fiel a su estilo Luis Enrique dijo ¡basta! cuando lo creyó conveniente. Cuando dejó al Barca encaminado hacia un nuevo triplete: vivo en las tres competiciones, aunque en una al menos, se necesite el coraje, la enjundia, la fortaleza de espíritu y el derroche de físico propio de los asturianos para darle la vuelta a la eliminatoria con el PSG.
Ahora solo una pregunta me ronda en la cabeza: ¿y en qué ira la renovación de Messi?
Todo tiene un ciclo y el ya lo cumplió, la tarea es brava para quien venga a tomar el banco de el Barcelona.
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