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Se citaron en el Vicente Calderón el Atlético de Madrid y el Barcelona para disputar tres puntos definitivos en su carrera por no perder de vista al sólido líder de la Liga, el Real Madrid.

La historia de estos juegos cuenta que, de a poco, el equipo del Cholo Simeone le fue encontrando la comba al Barca, hasta que en los últimos enfrentamientos llegó a someterlo con su dinámica, su fiereza y con la mayor presencia física de su jugadores. Los últimos partidos entre los dos conjuntos fueron duelos durísimos, caracterizados por el despliegue físico, las marcas asfixiantes y los amagos de broncas desde el pitazo inicial hasta el minuto noventa.

El de hoy no fue diferente. Con un estadio lleno a reventar, convertido en una caldera por el fervor de los espectadores que acompañaron al local, el Atlético y el Barca se trenzaron en un furioso duelo, frenético en sus primeros treinta y cinco minutos. Los del Cholo salieron a tragarse cancha y rival. Lo sometieron a una asfixiante presión en las barbas de Ter Stegen, el cada vez más seguro portero blaugrana, quien confirmó hoy que tiene los nervios de acero. No solamente debió hacer en esa tenebrosa primera media hora de juego al menos cinco atajadas extraordinarias frente a Griezmann, Carrasco, Saúl y Coke, sino que se convirtió en el primer pase del equipo. Era tal la presión del rival que repetidamente le devolvían el balón sus compañeros de zaga y el mismo Busquets. Ninguno atinaba a encontrar a Iniesta, Rafinha y Sergi Roberto, encargados de llevarles al menos una pelota limpia al tridente ofensivo, huérfano de balones y por supuesto de opciones de gol.

Los problemas del Barca para contener al huracán colchonero eran evidentes. El equipo no lograba acomodarse en el campo de juego y hacía agua por todos lados. Nunca habíamos visto correr tanto a Busquets detrás del balón y de manera tan poco fructífera. Iniesta lucía lento, perdiendo balones de manera impensada en él y Messi, ajeno al fragor de la batalla, parecía que deambulaba dubitativo y sonámbulo por el campo.  Parecía que el golpe de la derrota en la Champions frente al PSG y la pírrica victoria ante el Leganés ocho días atrás, habían minado el orgullo culé y que el equipo naufragaría antes del final de esta Liga.

El partido estaba tan enredado para el Barcelona, que solo atinaron a plantear un muro de contención frente a Stegen, en estas épocas en las cuales los muros no son vistos como una buena idea. El Atlético atacaba con todo y el gol parecía llegar pronto para el equipo de la capital. Era cuestión de tiempo. La tribuna rugía y la confianza en el gol era tanta, que el Cholo estaba tranquilo en su banco, sin agitarse, sin agitar a la parcialidad rojiblanca, sin vociferar. Todo estaba dominado.

Pero el Barca es el Barca. En la única oportunidad que tuvo, Suárez estuvo cerca de marcar el primero. Hubiera sido un gran gol, pero lo invalidaron ya que el uruguayo golpeó al portero Oblak cuando disputó el balón con él en el área. Después Messi avisó con un tiro libre desde la frontal del área, que magistralmente manoteó el portero local.

Estos minutos de recomposición del Barca vinieron de la mano de las cabalgatas de Neymar. El brasilero a pesar de haber sido golpeado en un sinnúmero de ocasiones por los volantes y defensores del Atlético, nunca se amilanó y por el contrario, enfrento con decisión a sus rivales que siempre lo esperaron y marcaron con dureza. Era como si se hubieran puesto de acuerdo para golpearlo cada vez que tomara el balón. En general, Neymar disfruta esos juegos. Él sabe que su habilidad invita a sus marcadores al juego recio y también disfruta provocando rivales. Tiene varias cuantas abiertas con jugadores colchoneros, desde que debutó con el Barca y anotó su primer gol al equipo de la capital.  Hoy lo persiguieron, corretearon y golpearon tal como dice mi hijo: “como si no hubiera un mañana”.

El tiempo pasaba y el Barca intentaba ser el mismo de siempre. El que se equilibra y descansa desde la posesión de la pelota. Y algo de cierto tendrá este estilo de juego, pues el partido se fue nivelando. El Barcelona se reacomodó en el campo y cuando nadie lo esperaba, de la mano de Leo Messi, el mismo que deambuló buena parte del juego sin ser desequilibrante, ni pesar sobre las acciones, participó en una jugada confusa, de rebotes y choques que finalmente definió Rafinha. En plena área el brasilero cazó un balón suelto que había peleado Suárez. El Calderón enmudeció y el Cholo no podía creer lo que veían sus ojos: el visitante se ponía arriba en el marcador y apretaba al líder, el Real Madrid, que dilapidó entre semana la oportunidad de alejarse de sus rivales, perdiendo ante el Valencia uno de sus dos partidos aplazados.

Pero uno no sale victorioso del Calderón así no más, sin sufrir, sin sudar hasta quedar extenuado. Acudiendo a la garra, el temperamento y la presión, rápidamente el Atlético empató el juego, acudiendo al cabezazo del gigante Godín.

El partido parecía que iba a quedar en tablas, pero faltaba que Messi, decidiera demostrar que no había ido a Madrid de paseo. En el minuto 86, cobró a más de 35 metros del área del rival una falta y mientras sus compañeros se hacían un nudo tratando de vulnerar el arco rival, se vino trotando como quien no quiere la cosa hacia donde estaba la acción. Tuvo el tiempo suficiente para acomodarse por el centro, cerca de Oblak y rematar incómodo, con la pierna derecha un pase de Suárez. La pelota quedó de nuevo bailando allí y como un felino llegó al balón antes que el arquero y con su zurda mágica lo tocó sutilmente para decir presente y meter en las alforjas catalanas los tres puntos que le permiten al Barca seguir en la carrera por la Liga 2016-2017.

Messi de nuevo aguó la fiesta colchonera. Le bastaron unos pocos minutos para sacar de la chistera un poquito de su magia e impedir el naufragio azulgrana. Cataluña entera está crispada. No solamente porque esta Liga está muy difícil de conseguir, sino porque los días pasan y aun no hay humo blanco sobre la renovación de Messi. Ya se ha perdido buena parte del estilo que hizo grande al Barcelona en la última década. Ese sapo ya se lo tragaron quienes maldicen por haber renegado de la filosofía de juego que los hizo grandes. Pero perder al ícono de este proceso sería una hecatombe. La novela de su renovación apenas comienza…

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