Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Otra vez. De nuevo.
Repetido.
Déjà vu: por
tercera vez consecutiva Nacional levanta la copa. Hasta ahí cero novedad y
señorío del tedio. Sin embargo, en esta ocasión hubo un convidado que obligó a
subirle volumen al televisor y apurar el vaso de cerveza: el drama. Ni el más
creativo libretista habría narrado mejor este episodio balompédico: gol de
camerino, gol en la reposición, lotería de penaltis…
todo con un decorado que
tentaba la tragedia: el estadio estaba abarrotado de pueblo local. Se malogró
una buena historia: ganó el dueño de casa, ante su gente. Qué gran relato se
pudo haber escrito de haber vencido el tiburón. Imponerse a los paisas en su
feudo no es cosa fácil. Sería algo así como el Maracanazo versión criolla. Ya
habrá chance más adelante. El fútbol da revanchas y gusta de inventarse
narrativas que tributan el absurdo.

 

Junior en los penatis 2014.jpg

Claro que pedirle a
Nacional gestas épicas es estéril. Después de su gloria de los 80’s -la única
digna de ser declamada por Homero- todo ha sido un canto a la monotonía. Ganan,
ganan y ganan. Y lo hacen de la misma manera: atropellando. Por eso esta final
tuvo gracia: casi pierden y triunfaron superando la inminente adversidad. In
extremis
. Pero conste que ese factor de incertidumbre lo aportó el Junior:
Atlético Nacional se acostumbró a la rutina de levantar trofeos sin el mérito
de lucharlos lo suficiente
. Para ponerlo en términos más universales, el verde
es como Messi, que todo lo hace fácil y por ello mismo empalaga. Y no es algo
que tenga que ver con Antioquia: los del DIM son como Maradona: lo que logran
es fruto del coraje visceral, conseguido a pesar de todo y todos, incluso de sí
mismos.

 

El fútbol es como la
vida. Cosa de humanos. Por ello hay equipos con gracia, carismáticos y otros
despojados de condimento. El nuevo monarca del fútbol colombiano pertenece a la
galería de los que suman títulos como comprar pan. Y a diferencia de grandes
que tiñen su leyenda con sinsabores, contramarchas y fatalidades, el de la
montaña siempre hace la más fácil: cobra sin despeinarse
. No obstante nunca
supo ser un rey creíble fuera de las fronteras. Recién acaba de caer
estrepitosamente con un club uruguayo al que multiplica por diez en ingresos e
hinchada. De ahí que podamos concluir que Nacional es una tara, un complejo del
propio fútbol nacional.

 

Por eso salté sobre el
escritorio para escribir, tripas de por medio, esta diatriba. Iba a ser una oda
para Nacional, pero acabó siendo un panegírico al Junior. Terminó siendo un
discurso de gratitud para el de Curramba que probó derribar al Goliat y estuvo
a 20 segundos de salirse con la suya
. Pensé hacerle un homenaje al onceno de
rayas verdes de Medellín y me descubro aplaudiendo al de rayas rojas de
Barranquilla. Mejor que Cardona fue Viera: gracias a él lo más bonito de este
deporte está a salvo: el suspenso de lo incierto. El arquero charrúa renovó el brillo de los héroes
devenidos en villanos.
Este portero de espalda alada nos recordó que los
penaltis fueron inventados como entrenamiento para el sufrimiento verdadero.
Hace rato no celebraba un subcampeonato.

 

Brindo por el mejor
peleador. Bella derrota. Gracias Junior.

Compartir post