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Ya no es dolor, tampoco vergüenza; ahora es una mezcla de decepción e indignación. Incluso de fastidio porque ya ni gracia tiene. La película del América es como esos filmes gringos predecibles: todos sabemos el final desde el rugido del León. En ese desenlace la princesa se casa con otro, largándose con botín y todo. Por eso ya ni la ilusión nos queda, porque a fuerza de tanto chocar con la misma piedra, acabamos –como en el síndrome de Estocolmo- enamorándonos de la desgracia.

Aquel 19

La eterna nostalgia de Ochoa y de aquel 19…

No voy a maldecir mi historia con la “mechita”; primero porque estoy harto de supersticiones (garabato de por medio), segundo porque no le quiero dar gusto a tanto estúpido de broma fácil y tercero porque no me da la gana. Pero eso no me quita el derecho a la amargura de la que tanto huyen los que siempre ganan. Ese sentimiento, que más bien es un destornillador clavado en las costillas, me impide ver fútbol con tranquilidad.

Tampoco diré que se me arruinó la navidad y mucho menos la vida: puedo vivir con el América en la B, la C y si se inventan la D, también. Eso no significa que me guste ni que me haya acostumbrado: a la medianoche del 31 de diciembre volveré a creerme el cuento de los deseos para el año nuevo y pediré el ascenso a lo grande, es decir, a lo Bucaramanga.

Y no pararé ahí: rogaré que ganemos un título nacional –de la A… ah, como es de lindo pronunciar esa letra- por cada año que hayamos purgado en segunda. Y que una final se la ganemos al Cali, por goleada, que la siguiente se la ganemos a Nacional con robo del árbitro y que en la tercera venzamos a Millonarios por penaltis. Con Santa Fe todo bien porque, reitero, es el América de tierra fría y Junior no asusta sino al Unión.

¿Y la Libertadores? Ahí recuerdo el cántico aquel de que “la Copa se mira y no se toca”… La Copa… ¿qué decir? Ese es nuestro verdadero karma: cuatro finales y nada. Sólo Benfica y Holanda tendrían derecho de hablarnos. Ya ni pido que la ganemos por más que quiera ¿para qué? Estoy cansado de romperme el corazón en cada intento, porque a mí si me han tocado todas esas derrotas, una tras otra.

Qué pendejada: yo hablando de la Libertadores y el equipo pudriéndose en la B ¿Qué le diría a los dirigentes? Que se vayan para China y se pierdan en la Muralla. A los jugadores que nunca debieron vestir esa camisa: nunca antes el lugar común para criticar a unos futbolistas fue tan acertado. A los de la Dimayor les dedico el grafiti de la última escena de la Estrategia del Caracol, sólo que reemplazaría “casa” por “equipo”.

Y a los demás equipos, hinchadas incluidas les decimos: friéguense con jota. Querían un chivo expiatorio y se los dimos. Ahora como el Titanic: ni dios nos saca del hoyo. Nos mandaron para el infierno y allá nos quedamos a vivir. Ya van cuatro años en la miseria y ni las truculencias nos han regresado; mientras tanto en la A el reino del tedio extraña las pilatunas del diablo.

Remato con esta: tanta ventaja hemos dado y ellos (yatusabes) nada que pueden aprovechar. No me refiero apenas a los trofeos, que está bien demostrado se pueden negociar; hago referencia a la grandeza, a la leyenda, al mito. Ese ni todo el dinero de la Fifa lo puede pagar; ese ni el descenso lo apaga. Frescos que esto va pa’ largo. Saludos desde el averno.

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