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La selfie del día era retratarse vistiendo la blanca o la azulgrana. Sentirse parte del sistema-mundo sólo era posible, participando del juego estelar de la liga española. La mayor red social del mundo, Facebook, escenificó un diálogo de cientos de millones de internautas. Lo mismo aconteció con su hermana lacónica: Twitter, que fue un mar de botellas de naufrago con un mensaje repetido “estoy viendo el partido; luego existo”.

Barça Vs Real: el mejor producto de la globalización

Barça Vs Real: el mejor producto de la globalización

¿Por qué sucede esto? Vamos por partes. Primero, ese acontecimiento ya dejó de ser un juego, al menos uno como los demás. Él encarna varias representaciones sociales que operan con eficacia en cuatro ámbitos: el deportivo, cultural, político y el económico.

El deportivo se caracteriza por la radical monotonía del campeonato español (exceptuando la última intrusión del Atlético), el cultural se expresa en la lucha por imponer un imaginario futbolístico sobre el otro: plástica vs garra, calidad vs tenacidad que alternadamente han enarbolado una y otra institución. A ello, habría que agregarle –en el último tiempo- la supuesta condición de “fútbol hecho en cantera” del Barcelona, contra “otro construido con gorda chequera” del Real Madrid. Ambas etiquetas son discutibles.

Los dos ambientes finales, el político y el económico, fundido en la economía política, se puede explicar en términos de globalización: la rivalidad política entre catalanes y monarquistas es una tensión local, relatada en lenguaje global. Admitiendo que España es una nación de frontera entre lo central y lo periférico, eso no aplica para su liga. Sin lugar a dudas la más mediatizada porque fue la que históricamente mejor dialogó con el par futbolístico de Europa Occidental: Sudamérica.

Rivalidad política que surte con generosidad el libreto de la alteridad: la construcción del “otro simbólico” que me define y delimita la propia identidad. Luego el derby no es apenas un duelo por la punta de la tabla, ni una batalla ficticia entre dos regiones ibéricas que disputan la hegemonía de un sistema. El enfrentamiento entre Messi y CR7 es también la pelea entre dos apuestas futbolísticas y comerciales: el juego de suma cero por quedarse con los millones de la gloria.

Así, la partida del domingo en el Nou Camp, puso en campo el producto mejor elaborado por la globalización: el clásico español. Para un científico de principios del siglo XX, que viaje del pasado al presente en su máquina del tiempo, será un juego como cualquier otro: once contra once, un árbitro central, 90 minutos (claro, si no repara mucho en las coloridas tribunas).

Pero de ese fútbol -de los comienzos- al de hoy, ha habido una profunda transformación: la popularización no impidió la jerarquización y el capitalismo –no era su objetivo- no garantizó democracia. De esa forma, este deporte reprodujo la lógica colonial que privilegia una mirada y un discurso: lo mejor y lo más importante sucede “allá” en la metrópoli, en Europa.

Existen tantos fútbol como representaciones de él sean posibles: aquí mismo, en Colombia, no es lo mismo el balompié de Millos que el de Nacional (eso dicen sus hinchas), ni el de la Selección de Maturana comparada con las de Ochoa o Pékerman. Sin embargo, la supremacía, el poder real y simbólico es impuesto y detentado por cinco torneos del Viejo Continente: los de España, Alemania, Inglaterra, Francia e Italia.

Por eso no extraña que la fecha del torneo colombiano haya pasada inadvertida: la periferia sólo existe con excesos que eclipsen el centro y el Junior-Millonarios a duras penas concita el interés de sus parroquias.

Luego, más que lamentarse, sirve comprender para resistir o no la imposición globalizante. Disfrutar ese partido no necesariamente nos hace idiotas. El fútbol es bagatela y tesoro: a veces nos condena y en otras nos redime. Ese encanto no lo acaban cien mil clásicos españoles.

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