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Lo grité. Lancé un puño al aire e insulté al comentarista que dijo «no fue penal». El héroe tenía nombre propio: Wason, pero la gesta era atribuible a los 14 que se vistieron de azul y al sorprendente Hernán Torres. La transmisión de FoxSports Brasil no pasó más el cobro del penalti definitivo y se concentró en repetir en cámara lenta la falta que lo originó. Opiniones divididas. Al final Carlos Simon -ex árbitro- le dio la razón a su colega ecuatoriano. 
Durante todo el partido los periodistas brasileros habían insistido en la diferencia de nivel entre los dos equipos. «Gremio ha ganado dos veces la Libertadores y fue subcampeón del mundo -decían- Millonarios es líder en Colombia, pero no hace mucho el Real lo goleó…». Después del mazazo tempranero de Werley se olvidaron de analizar el juego y empezaron a especular sobre la semifinal brasilera Sao Paulo- Gremio que aseguraba la presencia del idioma portugués en la final de la Sudamericana.    
Convengamos en que no erra arrogancia: en la pantalla se veía un visitante atrincherado que no pasaba mayor susto porque el local se le iba encima con torpeza. La postal de la impotencia fue la patada al aire, sin acertar al balón, de Otálvaro en 16 con 50. «Se jodieron -pensé- Maradona tenía razón: en el fútbol la historia también juega».    
Con la lesión de Román el panorama era todavía más apocalíptico. «Va a ser un pequeño Maracanazo -le comenté a mi compañero de pensión aquí en Rio de Janeiro- el Campín está lleno porque Millos los tenía ilusionados». Los minutos se evaporaban y la tibia marea azul no lograba horadar el férreo acantilado erigido por Wanderley Luxemburgo. 
El naufragio era inminente: para la segunda parte Mayer se quedó en el camerino. Sin el mariscal en el campo la utopía se vestía de fútbol. Ya no era cosa de creer en el equipo, sino de aferrarse al milagro: los de Bogotá tenían que marcarle a los de Porto Alegre tres goles en 45 minutos. Para decirlo en clave albiazul: era más fácil que el ‘Chiqui’ y Pinto se dieran un abrazo reconciliatorio.  
Era un maldito déjà vu. Nuevamente el Gremio cobraba el gordo en nuestro país. Otra vez el fútbol brasilero nos preguntaba ¿sigues dudando quién es tu papá? Un dolor más para la colección del balompié capitalino. Un hachazo al pescuezo de las gallinas… hasta que Cosme, ese insípido delantero signado por la intermitencia, hizo un gol que no quería entrar ¿lo vieron? La bola sencillamente se resistía a batir el arco de Marcelo.
La esperanza, esa vieja enfermedad colombiana, se propagó por las graderías del estadio y de ahí se proyectó sin rumbo fijo. Una ráfaga de ella me abofeteó cerca a Copacabana. Pero el tanto seguía siendo un jarabe pediátrico que no remediaba la pulmonía de la eliminación. Además Ramírez pegaba como loco y en al menos una ocasión mereció ser detenido por la policía. En la televisión señalaban que merecía la expulsión y diagnosticaban que en 10 minutos nada extraordinario podía acontecer.
Sin embargo aconteció. Wason recordó su enemistad por el rival de patio cuando jugó en la tierra de los pentas, marcando el segundo. Cabezazo abajo. No celebró con el Chocó ni con los 40.000 hinchas que se despeñaban de las tribunas: su dedicatoria iba para los torcedores de Internacional, el acérrimo rival gremista en Rio Grande do Sul. En el fútbol todo se paga. 
Pero la dramática de la partida no terminaba. Cuando el oxigeno se agotaba el juez Carlos Vera cumplió su cita con el destino. «Yo fui quien pitó ese penal en Bogotá» les dirá -orgulloso- a sus nietos. Rayos y centellas (y el huracán Elano) saltaron sobre él. Pero su mano no tembló. Regla 14. 
No obstante, era otro el elegido de la noche. En los anales de la historia del fútbol todos aprendimos de un grande llamado Obdulio Varela. Él solito doblegó a un rival más fuerte en su propia casa y llevó para su pequeño pueblo una Copa del Mundo. Pues bien, en los relatos que dentro de cincuenta años circulen en el imaginario albiazul se hablará del delantero que no se amilanó. Del que agarró la bola para cobrar cuando todos miraban para otro lado.
Todos sueñan con patear ese penal. Estadio atiborrado. De locales. Minuto 92 y clasificación de por medio. Otra cosa es que se atrevan a hacerlo.
Wason Rentería lo hizo. Y Millos se clasificó porque olvidándose de los complejos apeló al más viejo -y al más eficaz- de los códigos del fútbol: el coraje.

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