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Admitámoslo: el fútbol colombiano es una mentira. Una mera ilusión. Una promesa incumplida. Es pesadilla en la medida que es sueño inacabado.

Y no crean que no me duele aceptar eso. Escribirlo aquí costó más: ponerlo en letras de molde y publicarlo equivale casi a una nota de suicidio. Es harakiri -o autogol para decirlo bien- porque mi vida toda se puede leer en el electrocardiograma de victorias, empates y derrotas. Entre el amarillo de la advertencia y el rojo de la expulsión. En la carencia de los cinco centavitos para el peso
Todos mis recuerdos del fútbol son tristes. De gris para oscuro. El primero fue ese gol de Diego Aguirre a siete segundos de levantar la Copa Libertadores. Lloré toda la noche y no hablé durante dos días. Sólo mi madre consiguió devolverme del mutismo. Estoy seguro que ese descalabro copero del América (el tercero en línea) me hizo hombre. Así como el descenso me graduó de adulto
La búsqueda de Google en mi memoria tiene otros tres navajazos de los que todavía tengo heridas: la imagen de Roger Milla bailando en el banderín de esquina; el rostro de dolor de Andrés Escobar por empujar la bola hacia el arco propio (nunca vi un fusilamiento, pero tengo certeza que la agónica caída de espaldas de Córdoba, debe ser la que hacen los ajusticiados) y el consuelo de Beckham al llanto de Farid Mondragon en el Mundial de Francia.
 

 

 Y lo peor: la alegoría fúnebre del gol en contra se realizó con el vil asesinato de Andrés. El himno nacional no decía la verdad: aun no cesaba la horrible noche.
     
Como ven es una postal triste por cada Copa Mundo reciente. Y hago referencia a los mundiales porque ellos son los que otorgan el prestigio: el gordo de la lotería. Los demás torneos de peso: Eurocopa allá y Copa América aquí son «premios secos» en los que nuestro team nacional apenas campeonó en una edición que debió declararse desierta (la del 2001). No me siento cómodo diciéndolo, pero es verdad: sin Argentina y con un Brasil magro, ese título fue más un vitrinazo de Pastrana que un galardón de orgullo. 
Y a nivel de clubes el saldo es tanto o más desolador: dos Libertadores (son siete subcampeonatos que más que adicionar, restan: nadie los contabiliza y mencionarlos evidencia incapacidad para ganar) y pare de contar. Los demás títulos -de veras- son alegrías efímeras que sólo sirven para currículos de Wikipedia.
 
Por equipos, el que cuenta es el campeonato que da cupo al mundial interclubes (antes intercontinental) y lo que también suma es la actuación de los nacidos en territorio nacional, militando en cuadros de renombre en las tres ligas de mayor ponderación FIFA: la española, inglesa e italiana. No vale Argentina, Brasil, México ni Estados Unidos y mucho menos Rusia o Arabia Saudita. O si valen, pero en contante y sonante para los jugadores que deciden marchar a esos destinos: con excepción de la argentina, las demás pagan en niveles de jet set.
  
A esa triste conclusión llego luego de vivir un tiempo en Rio de Janeiro. Distanciarme del país sirve para sopesar, sin la presión mediática local, sin la respiración trepidante de los hinchas de mi barrio, de mi casa, la verdadera dimensión del balompié criollo.
En tertulias de café y de bar he platicado con muchos cariocas y brasileros en general; el balance no podía ser peor: no recitan de memoria el nombre de más de tres equipos y su conocimiento del fútbol nuestro se reduce a Higuita, Rincón, Asprilla (algunos recuerdan a Aristizábal), Valderrama y ahora Falcao. 
En resumen: para ellos el fútbol nuestro no existe o es una extensión de uno que sí conocen bien: el del Rio de la Plata que pasan por TV cerrada todos los domingos. Como dije al principio: cuesta admitirlo, pero así es. Somos un fantasma que ya ni asusta a Venezuela.
¿Y los éxitos en la Eliminatorias y el buen performance de Pekerman? ¿Y el puesto 8vo en la clasificación de selecciones Fifa? Todo eso lo he disfrutado (¡Yo también soy hincha!), pero no me dejo ilusionar: clasificar al 2014 no tiene tinte heroico: pasan 5 de 9. En buen cristiano: eso es un deber moral.
Claro que ustedes no tienen porqué creerme. Esa es mi verdad. Lo demás es arrogancia. 

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