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Las semifinales de la Liga de Campeones regalaron emociones a granel a quienes pudieron seguirlas. En estos juegos se enfrentaron cuatro equipos plagados de figuras de la élite mundial que se entregaron en feroces batallas llenas de jugadas hermosas, riqueza técnica, juego de conjunto, velocidad, pundonor y coraje.

Sobran los comentarios de los especialistas destacando estos encuentros y particularmente los de la semana que termina, como posiblemente los más emocionantes del año. En ambos casos, los equipos que gracias a su desempeño en los juegos de ida partieron como inmensos favoritos para pasar a la final, fueron derrotados y cedieron su participación al rival en la final que se jugará el próximo 1 de junio en Madrid.

La mayoría de analistas concuerdan en que los resultados fueron sorprendentes: muy pocos se arriesgaban a avalar con sus conceptos y criterios las remontadas que vivimos ya que las estadísticas mostraban que eran casi impensables.

Pero todos olvidamos que se estaba hablando de fútbol. De ese juego seductor de dos equipos de once jugadores que van tras un balón para convertir goles. Olvidamos que es un juego en el que el talento de los jugadores, y en este caso, vaya que sí lo había, es capaz de producir jugadas fantásticas, pases imposibles, exhibiciones de agilidad y potencia física que retan a las leyes de la física y son casi imposibles de explicar.

Olvidamos también que en el fútbol los mínimos errores cuentan, se pagan con goles y la preparación exhaustiva de la táctica de juego puede verse superada por una genialidad, por un mejor planteamiento del rival o simplemente porque los equipos se conforman por seres humanos y no por máquinas.  Todos estos elementos pueden destrozar las estadísticas, las tendencias y la razonabilidad del resultado esperado.

“Los partidos siempre hay que jugarlos hasta el final”, dicen los entendidos, que también sentencian que “los partidos duran hasta que terminan”. Recordemos algunos casos: gracias  a lo impensable del fútbol, goles de volea en el último minuto han valido un trofeo, (Zidane con el Madrid), cabezazos en el último minuto han llevado a la gloria a equipos a los que se les están yendo los triunfos por entre los dedos, (Godín con el Atlético de Madrid ante el Barcelona) y hemos sabido de jugadores que suplican a los rivales consideración, pue su gol más los puede eliminar de una competencia sin que el verdugo lo necesite (recordemos a la selección Colombia dirigida por Javier Álvarez en Londrina ante los brasileros que podía perder hasta por seis goles y cayó derrotada por nueve a cero).

Por eso los favoritos lo son en el papel, pero deben refrendarlo en la cancha. Y eso fue lo que ocurrió en estas semifinales. Los favoritos cayeron porque, en el caso del Barcelona, fueron incapaces de sostener su amplia ventaja frente al Liverpool y en la cancha fueron superados por ese vendaval de talento y enjundia, que los llevó a comportarse como un equipo inferior a la categoría de sus jugadores, cometiendo, incluso, errores de equipo de principiantes, tal como sucedió en el cuarto gol del Liverpool.

Por su parte, el Ajax, el mágico equipo de muchachitos irreverentes que batió sin contemplaciones a gigantes como el Bayern y el Real Madrid, fue incapaz de sostener en su casa la ventaja obtenida como visitante y el marcador parcial de dos goles arriba, con el que cerró el primer tiempo del juego definitivo. En el segundo tiempo Moura, regó por el campo su habilidad y talento y con tres goles sentenció la serie a favor del Tottenham en el último minuto del tiempo de reposición.

El fútbol se ha beneficiado de las estadísticas para optimizar y conocer muchas aristas de la preparación y rendimiento de jugadores y equipos como un todo. Pero está lejos de poder vaticinar y tratar al fútbol y los resultados de los juegos como una ciencia exacta. Al fin y al cabo, la pelota es redonda y caprichosa.

 

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