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Lloró. Al lado había una cámara espiándolo en un primerísimo primer plano ¿Lágrimas libreteadas? No sería extraño: este garoto entiende como nadie lo que es lucirse delante de los focos y flashes de la multimedia periodística. En eso es casi tan bueno como en el fútbol que practica. En eso se asemeja a CR7 y se diferencia de Messi; a quienes tendrá que enfrentar en breve: al primero como rival histórico por ser merengue y al segundo en la disputa por la silla del rey, de la que Lio parece indestronable.
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Se va el ‘moleque’ (quien se porta siempre como un niño) que hizo posible que la obsesión brasilera por hallarle un reemplazo a Pelé fuera posible: Neymar da Silva Santos Júnior rompió casi todos los registros de «O rei» y emulando el destino de otros latinoamericanos marchará al primer mundo del balompié: la soñada Europa. Sigue la desbandada de pies de obra calificados que completa el ciclo de la fabricación en masa de futbolistas: ninguna región del planeta exporta tantos jugadores. La razón parece obedecer al good will: la etiqueta de origen: «Made in Brasil… Argentina o Uruguay» es prenda de garantía para el mercado.  
Llamativa. La historia del camisa 11, que todos recuerdan por el look de indio mohicano, tiene ingredientes de la telenovela «Alcanzar una estrella» cruzada con la película «The Truman Show»: varios profetas anunciaron su venida -para recibir la posta de Pelé- y blandiendo el índice remarcaban «debe ser del Santos». Pues bien: el menino del que hablamos debutó en plena pubertad, ganó el estadual paulista, varios guayos de oro por ‘pichichi’ y varias placas como mejor jugador; defendió la verdeamarelha en todas las categorías, colgándose la plata en las Olimpiadas pasadas y alzó el título de la esquiva Libertadores 2011… todo eso antes de los 21 años.
Ahora, repitiendo la parábola de los predecesores, cierra el contrato con el club más mítico de los genios brasileros y argentinos fugados: el de los cuatro mosqueteros que firman con erre (Romario, Rivaldo, Ronaldinho, Romario) y el de los dos apellidados con eme: Maradona y Messi. Vinculándose así a la institución que en el imaginario mundial promueve y despliega una plástica que conjuga «jogo bonito» con «fútbol total»: todo un banquete para los sibaritas y un desafío mayúsculo para el pibe graduado de astro.   
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Predestinación? ¿La profecía autocumplida? Detalles como la presencia del nombre de su club en su apellido, su juventud (su niñez); contextura magra y su innegable cualidad para hacer fintas, hipnotizar la pelota, chutar e inflar redes hacen pensar que no sólo lo estaban esperando (al sucesor del rey) sino que, realmente, lo produjeron. Tanto así que hasta lo nombraron Santos. Tanto así que hasta pretendieron repetir el celo con que encerraron al No. 10, campeón de México 70, hace cuarenta años: casi es declarado patrimonio de la nación y su pase más que intransferible por cláusula contractual o legal -como pasó con Pelé- lo fue por clamor popular (o retórica periodística que es casi igual).  
De tal manera que toda su vida que no distingue entre fronteras de lo público y lo privado está filmada, registrada, posteada, tuiteada, youtobeada; al alcance de un clic, de una búsqueda en Google porque la media brasilera -de O Globo para abajo- lo adoptó como estrella de la farándula y  al sobre exponerlo mediáticamente lo convirtieron en un Beckham y Cristiano Ronaldo criollo. El ‘negão’ paulista mutado en rock star. Del golazo en Vila Belmiro, pasando por la moda de «Ai se eu te pego», el post de Instagram y ahora la expectativa del Nou Camp.
Y su despedida, de este domingo 26 de mayo, no podía estar más preñada de símbolos: ella se da en el partido inaugural de ese torneo de torneos que es el colosal «Brasileirao», en la capital federal de ese país de países que es Brasil: Brasilia. Durante el juego ante el equipo de más torcedores (hinchas) del mundo; el consentido de los medios: Flamengo. En uno de los nuevos estadios, hecho con el padrón FIFA para la Copa de 2014 y que se llama como otro crack del panteón de los pentacampeones: «Mané Garincha». 
¿Asistimos a la era de los cracks construidos por la massmedia, como en la última novela de Eduardo Sacheri?        
 

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