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Dedicado a periodistas deportivos y políticos

El tema no es nuevo: desde los noventa existe, sólo que alcanza notoriedad al volverse titular de los medios de comunicación. Los hechos de violencia en el fútbol, que envuelven a hinchas, son una realidad que merece un tratamiento más ecuánime de la prensa y de los políticos. Eso no significa que las barras, como asociaciones de hecho y también como entidades jurídicas, estén exentas de responsabilidad.

Observando la producción colombiana de noticias sobre barras, esta se puede clasificar en dos categorías, para referirse a ellas: “violentas” y “festivas”, en las que el atractivo es la espectacularidad. Sin embargo, prevalece por goleada el interés mediático que presenta los episodios de violencia en el fútbol, como realizados por “desadaptados”, “irracionales” e, incluso, “terroristas”.

¿Qué tanto esa línea editorial consensuada de los medios ha influido en la “opinión pública” nacional? El interrogante surge al navegar por las redes sociales y al entablar conversaciones informales con personas cercanas: allí se constata el crudo dominio del llamado cuarto poder (la prensa), que dota de razones y expresiones a las audiencias que la toman como única fuente.

Fotografía de Alejandro Villanueva (Libro Mi segunda piel, UPN: 2014)

Fotografía de Alejandro Villanueva, estadio El Campín (Libro «Mi segunda piel», UPN: 2014).

No se pretende aquí sobreestimar al periodismo, como tampoco subestimar a sus consumidores; generalizar es incurrir en el error que aquí denunciamos, que se resume en el desconocimiento de las investigaciones académicas (con sustento empírico), que controvierten las conclusiones superficiales que abundan en los medios de comunicación y parecen ser copiadas por el estamento político.

La política también ha estado dando bandazos, mostrándose receptiva y emprendiendo iniciativas como el “Plan decenal de seguridad, comodidad y convivencia en el fútbol, 2014- 2024”, motivado por experiencias de relativo éxito local, como el desaparecido programa “Goles en paz” en Bogotá; pero al mismo tiempo, produce discursos y toma medidas que privilegian la represión, sin atender los diagnósticos y las recomendaciones que el propio Plan contempla al ser una estrategia concertada por los actores del fútbol involucrados, incluidos los barristas.

¿De qué sirve que el Estado colombiano le apueste a una política basada en la argumentación y la concertación, si él mismo no la cumple ni la fomenta en sus instancias? Esa voluntad gubernamental, expresada en el rango que se le ha dado al tema (asumido por el Ministerio del Interior), habla no sólo del peso del fútbol en el mundo actual, sino del beneficio político que le ha brindado al actual gobierno nacional.

Razones que no empañan lo avanzado con el Plan; pero que exigen una mejor implementación, reflejada en su conocimiento y puesta en práctica por todos los actores del fútbol, lo que supone una fase urgente de socialización pública de sus principios y protocolos que -además de las fuerzas vivas que lo alientan- le de voz a los investigadores nacionales que vienen trabajado el tema desde hace una década.

Un incentivo más debe animar estas acciones: el “modelo colombiano” es visto con moderada expectativa, no sólo por académicos latinoamericanos, sino también por los propios actores del fútbol de la región (de México a la Argentina), que han hecho notar la novedad colombiana de incluir en el Plan a los hinchas.

La naturaleza de esta columna no permite profundizar más; no obstante es necesario decir que la producción de estudios sobre violencia en el fútbol, en América Latina, es vigorosa y la universidad colombiana ha contribuido con agudas miradas locales –en clave regional- como las de Alejandro Villanueva, Juan Fernando Rivera, John Jairo Londoño y Germán Gómez, por citar unas pocas. Un logro más, es el de contar en la Comisión Técnica de Seguridad en el Fútbol, con un estudioso del problema como Alirio Amaya, que ha sido una voz valiente y documentada en las discusiones de articulación del Plan y de toma de medidas, luego de cada fecha futbolera.

En este propósito, cada elemento cuenta; por ello se debe insistir en la exigencia de un ejercicio más responsable del periodismo (especialmente el deportivo) y de los dirigentes (políticos y de fútbol): dada la vocación social de sus oficios, deberían ilustrarse mejor antes de publicar, discursear y ordenar. Si desconfían de los académicos del país, deberían –como mínimo- leer un par de etnografías argentinas, o un par de tesis brasileras o algunos de los artículos científicos producidos por estudiosos mexicanos. Casi todos están disponibles en internet.

Para ayudar en este objetivo, aquí se resumen algunos hallazgos académicos, de colegas nacionales e internacionales, que invitan a huir del facilismo y del sentido común:

1. No existen “los violentos”: hay actores que en ciertos contextos tienen conductas violentas, no en todas sus relaciones sociales.
2. La violencia empleada es un recurso que busca prestigio, interlocución, visibilidad, poder.
3. Los barristas no tienen tres brazos, ni todos ellos son drogadictos, narcotraficantes, atracadores o pobres, como el estereotipo encasilla.
4. Existen “hinchas de la hinchada”, ya que la barra prodiga (compensa) lo que no pudieron instituciones sociales como la familia, iglesia, escuela, sistema laboral, etc., etc.
5. El método de la represión ya demostró su incapacidad: con excepciones, él ha sido el único usado, fomentando más violencia de la que contiene y previene.
6. Las mayores tragedias del fútbol británico se produjeron durante el gobierno de Margaret Thatcher (década de 1980), cuando la represión se instaló como método. Citar su eficacia es un contrasentido.
7. Encarcelar los barristas no soluciona nada: eso ya se hizo, sin éxito, en Argentina. La delincuencia no es la causa del deterioro social; es al revés.
8. Satanizar a los barristas colombianos, estigmatizándolos con el rótulo de “hooligans” o “barrasbravas”, como el periodismo inglés y argentino preconizaron, es tomar partido por la vía represiva; que excluye y niega la comprensión. El lenguaje condiciona. Pensar antes de hablar, escribir y actuar.
9. Los estudiosos del tema no son defensores de oficio de los barristas: el hecho de que propongan otras vías distintas a las represivas, señalando equivocaciones del Estado, los dirigentes, clubes, periodistas y policía, no significa que sean pro-barristas.
10. La genuina comprensión del fenómeno no excluye la judicialización, que privilegie la individualización de delitos y crímenes imputados a los barristas; asimilando lecciones aprendidas en países del vecindario, como es el caso brasilero –y su Estatuto del Torcedor- que contempla un marco legal, con fiscales y defensores especializados, que no es perfecto, pero camina por una senda más cercana a la justica social.

Por supuesto, bienvenido el debate argumentado; eso es lo que más necesitamos.

@quitiman

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