Cuando descubrimos que el niño Dios son los papás:
Es un dolor que Maradona atente contra su propia leyenda. Sin embargo, ni de un manotazo, nos hará olvidar sus goles, que es nuestra infancia. El pasado no se mancha. Ni “de zurda”.
Voy a seguir creyendo que la última vez que Diego Armando Maradona piso un estadio bogotano, deleitó a su público y mostró dotes de humildad fue el 2 de junio de 1985, hace casi 30 años. Porque a veces es mejor la ilusión del Niño Dios que la realidad de los papás. Fue aquella tarde en la que hizo jueguito con una naranja, en la que volvió loco a toda una defensa, en la que calló a Édgar Perea por decirle que era un jugadorcito y en la que consagró como goleadores a Pedro Pablo Pasculli (2 veces) y Jorge Burruchaga.
Esta cáscara de Maradona que estuvo jugando “por la paz”, golpeando, cobrando dinerales y balbuceando palabras inteligibles, no debió haber venido a Bogotá. Menos cuando su compatriota Estela de Carlotto (la misma a la que Maradona abrazo en Sudáfrica 2010), sonriente junto a su nieto recuperado, le dio a las madres de los falsos positivos de Sohacha, lecciones de amor, dignidad y resistencia ante el dolor y la indolencia. Menos cuando su paisano León Gieco canto con miles de bogotanos que “le pide a Dios que la guerra no nos sea indiferente”.
No es creíble el compromiso de Diego Armando Maradona por la paz, precisamente porque la última vez que hablo de nuestro conflicto lo hizo al lado de Hugo Chávez, cuando con el país vecino realmente sonaban tambores de guerra. Tampoco es creíble su compromiso, en los días que estuvo en Bogotá porque siquiera hizo una reflexión coherente sobre nuestro conflicto y ni siquiera un real llamado a los actores para que depongan odios. Sólo se limitó a tirar papeles al viento al decir que con Falcao, Colombia ganaba el mundial, ignorando que James se liberó precisamente porque sin Radamel, fue llamado a ser líder.
La realidad es que Maradona, parafraseando a ‘Teo’ Gutiérrez, vino por “los verdolagas” y por la simpatía que tiene a un país, que el viernes pasado dijo indignarse y mamarse de él, pero que siempre que ha venido, ha sucumbido ante su magia, su leyenda y su carisma. O si no recuerden la cantidad de periodistas que fueron a recibirlo cuando vino a la final de la Copa América. O si no recuerden las entrevistas que les dio a Álvaro García y Marlon Becerra, que le rendían pleitesía. O sino recuerden que antes de dar manotazos fue aclamado por 10.000 personas con el “diegoo, diegoo”. O no se les olvide que fue homenajeado por un alcalde, que entregó las armas dentro de un proceso de paz, al que ni siquiera le sabe el nombre.
El Maradona de 2015 es un hombre que vive del dolor de ya no ser y que a duras penas puede con su propia leyenda. . Todavía anda de duelo tras creer erróneamente que con estrellarse con la realidad de que no es D10S en los banquillos el fútbol se acabo para él y por la muerte de su madre. Esos dos golpes han sido tan contundentes que en vez de aportar por el crecimiento de este bello deporte, de enseñar a los chicos la magia que hacia con un balón en los pies, se ha vuelto la mascota de los jeques árabes y en vez de transformar realmente las estructuras del fútbol y de la FIFA se pone al nivel de una tal Rocio Oliva y una tal Veronica Ojeda.
Además ha perdido la impunidad que tenía en el 2000, porque en ese entonces se le perdonaba todo, hasta que hablara mal del Papa, porque sencillamente, nadie podría jugar al fútbol como él y porque sin él, Argentina no volvería a una final de un Mundial. Que Messi lo haya equiparado en talento y superado en humildad, títulos y goles, ayudó a bajarlo del pedestal. Pero más lo hizo a que el propio Maradona sucumbiera y perdiera esa batalla que libra desde 1979, la de llevar en las espaldas y lidiar con su personaje. Con el mismo.
Las últimas apariciones públicas de Gabriel García Márquez y de Roberto Gómez Bolaños generaban piedad y al verlos uno quería sólo recordarlos por sus grandes obras maestras. Eso es lo que muchos estamos haciendo con este Maradona, sencillamente porque como dijo Enrique Macaya Márquez, en el fondo sabemos que es un “video”, es pasado y todo lo que haga atenta contra su leyenda. Pero la gran diferencia es que ‘Gabo’ y ‘Chespirito’ generaban esa compasión a los 87 años y no a los 54.
Es fácil decir ahora que Maradona es un patán, un contradictorio y el claro ejemplo de que la paz de Santos, Piedad, Petro e Iván Márquez es una farsa. Sin embargo, a mí no se me olvida que el país que hoy lo despedaza eligió como Deportista del Siglo a ‘Pambelé’. Y tampoco se me olvida que en estas tierras, más precisamente en Pereira hizo un gol, que el eligió como el segundo mejor de su vida, después del que le hizo a los inglés. Ese es el Maradona que quiero tener en mi corazón y en mi cabeza. Por eso no quiero despertar. Así mañana tenga que ir al Concierto de Conciertos que va a hacer el alcalde Andrés Pastrana en ‘El Campín’.
ajajajaja
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