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El triunfo contra Uruguay no sólo significó la clasificación de Colombia por primera vez a los cuartos de final de un Mundial sino que signficó el despegue definitivo de una eterna «promesa» que no concretaba lo que insinuaba.

Si se marcara el punto de quiebre de la vida de Gabriel García Márquez cómo escritor hay que remitirse a junio de 1967 cuando la Editorial Sudamericana publicó los primeros 8.000 ejemplares de Cien Años de Soledad. Antes de convertirse en un escritor global con su obra cumbre y de ser respetado tanto por lectores del común como por la más alta crítica intelectual del mundo de las letras, era apenas uno más del Boom Latinoamericano. Cien Años de Soledad le dió realmente significado a todo lo anterior: la Hojarasca, El Coronel no tiene quien le Escriba y la Mala Hora.

El punto de quiebre de Carlos Vives se dio cuando decidió innovar con clásicos del Vallenato de múltiples autores y no cantarlos como había hecho con Escalona. Si bien Caracol no creyó en su proyecto y RCN (Sonolux) produjo Clasicos de la Provincia para asegurarse a Vives como actor, los colombianos premiaron el talento de quien a partir de ahí se convirtió en el artista nacional que más representa nuestros valores musicales en el mundo. El éxito de su primer disco le dio valor a todo lo anterior: desde LP Loca Pasión, su romance con Margarita Rosa y su partícular imitación de Charly García con No quiero volverme tan loco.

En fin, todos tenemos un punto de inflexión y un antes y después en nuestras vidas. Nuestro año 0. El de Lionel Messi puede ser el día que firmó en una servilleta su contrato con el Barcelona, el de Maradona puede ser cuando la mano de Dios y el gol de otro planeta vengó la derrota argentina en Malvinas, el del ‘Pibe’ Valderrama cuando dejo de ser un suplente del montón y empezó a romperla con Redín en el Cali, el del ‘Tino’ Asprilla puede ser el Preolímpico del 92 y el de Falcao cuando Silvano Espíndola lo recomendó a River.

El punto de inflexión del fútbol colombiano no es El Dorado, ni cuando Bilardo y Zubeldía llegaron al Cali y al Nacional en el 70, ni cuando llegó Francisco Maturana a dirigir la Selección Colombia en el 87, ni la clasificación a Italia 90 en Tel Aviv, ni el empate con Alemania, ni el 5 a 0, ni la Copa América ni tampoco la llegada de José Pekerman a dirigir la Selección. El punto de inflexión del Fútbol Colombiano se dio el pasado 28 de julio de 2014 en el Maracaná. Y como en el caso de Vives y García Márquez ese brillo le dio mucho más valor a lo anterior.

Ese día no pasara a la historia porque Colombia por primera vez jugará «el quinto partido», ni tampoco pasará porque por primera vez un jugador llegó a la cifra de 5 goles (cuando antes de Brasil 2014 nuestros delanteros con mayor cantidad tenían sólo 2), ni que por primera un jugador cómo James Rodríguez llegará a ser considerado como la figura del Mundial. Pasará a la historia simplemente porque por primera vez, ante los ojos de todo el mundo, Colombia ratificó con hechos lo que eternamente insinuó y nunca concretó. Lo que en USA 94 nos quedó grande. Tan simple como eso.

Al ganarle por primera vez a un Campeón del mundo en un Mundial, Colombia dejó de ser una selección admirada en el sur del continente a uno respetada como igual por las grandes potencias. Sus triunfos ya no serán cuestionados por insuficientes (un empate agónico ante una Selección clasificada, un 5 a 0 a una Selección sin Maradona, Caniggia, Balbo y con Borelli, Saldaña y Altamirano y una Copa América sin Argentina y como local) y ya no será novedad que el Real Madrid y el Barcelona quieran al tiempo a nuestros grandes jugadores.

Colombia enfrentará a Brasil por primera vez de igual a igual, sabiendose que futbolísticamente ha demostrado hasta acá, ser superior. Por primera vez (ni siquiera sucedió en la Copa América del 95) los jugadores brasileños hablan de marcar a jugadores de un país que por generaciones admiró a sus estrellas, que lloró como nunca por la eliminación de la «canarinha» en España 82 y que se conformaba con que uno de sus jugadores (Eduardo Emilio Vilarete) se sentará encima del balón en el Maracaná o empataran 0 a 0 en Maceió.

Estas palabras no son producto de la euforia, ni de la soberbia ni son coyunturales. Colombia se reinventó como equipo. No es el equipo que ganaba muchas veces sin convencer en la eliminatoria. En estos ocho meses la Colombia de Pekerman se adaptó a jugar sin Falcao, cambió la forma de forma de jugar (sin tanta posesión pero con mayor profunidad sin renunciar a la estética), hace de la fortaleza mental su principal arma (en el país de que «falta el centavo para el peso»), permitió que James desplegará todo su talento sintiéndose líder e importante e incluyó en su nómina a jugadores cómo Quintero, Ibarbo y Álvarez Balanta que están más para brillar en Rusia que en Brasil. No es la España envejecida que se arrastró por los campos brasileños ni la Argentina que apuesta todo a ganador pero que no tiene nada proyectado para el futuro.

No es casualidad que el éxito de la Selección Colombia vaya de la mano de un país que pese a la polarización que dejó las últimas elecciones presidenciales, le está apostando a la paz, la reconciliación y el perdón entre diferentes. Un país que quiere resurgir, reinventarse y posicionarse como ejemplo de cómo se debe superar un pasado doloroso y crecer pese a los errores. El punto de inflexión de Colombia como equipo respetado globalmente sucedió el sábado pasado en el Maracaná y el de nosotros como hinchas fue encarar este mundial con la prudencia y el respeto que no tuvimos en el 94. Por eso este renacer o punto de quiebre lo disfrutaremos eternamente. El diparo de Jamés, sin dejarla caer, irá por siempre al ángulo.

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