Yerry Mina acaparó la atención del mundo futbolero, cuando pisó con sus pies descalzos el Camp Nou a principios de enero de este año. Proveniente del Palmeiras, club en el que se destacó por su buen juego y su aporte goleador, sorprendió a quienes se acomodaron en las graderías, repitiendo un ritual que aprendió desde su paso por el Santa Fe, cuando varios jugadores, fervientes lectores de la Biblia, convencieron a sus compañeros de hacer suya la cita bíblica que dice “Todo lugar donde pise la planta de vuestro pie será vuestro”.

Después se supo que el grupo de jugadores, incluyendo a los referentes del equipo lo había acogido bien. Vimos los abrazos, bromas y primeras prácticas con Messi, Suárez, Iniesta y demás miembros de la plantilla. También supimos que había aceptado llegar al club como cuarto zaguero central, detrás de Piqué y Umtiti, los titulares, y del asiduo visitante de la enfermería blaugrana, el belga Vermaelen.

Con esa realidad, era evidente que debía trabajar muy fuerte para poder hacer parte de la plantilla titular, más sabiendo que llegaba tarde y que “jugar como zaguero central en el Barcelona” era algo muy complejo, según algunos.

Los días pasaron, las noticias hablaban del proceso de adaptación y después de muy pocos minutos en el campo, la imagen de Mina se fue desvaneciendo: desapareció de las convocatorias y de manera lánguida fue aceptando la confirmación de ese secreto a voces, que hablaba de su futuro lejos del equipo catalán.

La participación de Mina en el Mundial lo revalorizó enormemente. Sus tres golazos lo catapultaron al mercado y varios equipos mostraron su interés. Finalmente el Everton será su nuevo club y Liverpool su casa.

Esta historia tiene final feliz para las partes involucradas: Valverde se deshizo de un jugador al que nunca quiso y que nunca entendió cómo llego a su plantilla. El valedor de ese fichaje no se conoció y la prensa catalana, más allá de la buena prensa inicial que tienen todos aquellos que se incorporan al club, tampoco le arropó en su paso por la institución; destacaron más sus errores que sus aciertos.

El Barcelona hizo utilidades con el valor del traspaso, pues triplicó los 11.8 millones de euros que pagó en el mercado invernal.

Mina llega a un club en el que va poder demostrar su poderío en el juego aéreo, siempre y cuando logre entrar en la nómina principal y, por supuesto, su nuevo contrato y el porcentaje que le corresponde por su transferencia engrosarán su cuenta bancaria.

El Everton, que gastó alrededor de 100 millones de euros en fichajes, incorporó, además de Mina a Digne y André Gómez, sus compañeros de vestuario, y por qué no, de momentos tristes en su aventura en la Liga Española.

Ojalá la inversión del veteranísimo club inglés, (fundado en 1878), sea suficiente para que vuelva a tener buenas temporadas, como las ya remotas de los años ochenta. En este siglo han pasado por el club grandes jugadores y técnicos, como Fellaini, Lukaku, entre los primeros y Roberto Martinez el mismo técnico que dirigió a Bélgica en la reciente Copa Mundo.

Este Everton, por lo visto en la primera fecha de la Liga Premier, más las recientes incorporaciones, puede conformar un equipo que se destaque en esta temporada y le dé a Yerry Mina la posibilidad de seguir con éxito su carrera, después del trago amargo de su excursión española.

Y acá quiero recordar la fábula de la vaca, el pájaro y el zorro. Cuenta que una vaca que estaba pastando vio al mismo tiempo que se acercaba un zorro, cómo de su nido caía un pájaro. Su instinto maternal hizo que rápidamente se acercara al pájaro lo tapara con su excremento para ocultarlo de la vista del zorro. Pero el pajarito empezó a decir pío, pío, pío y el zorro, alertado, lo vio, lo cogió entre sus dientes, lo llevo al río, la lavó y cuando estuvo limpio se lo merendó en un segundo. La fábula tiene moraleja: no todos los que te cubren de caca son tus enemigos, no todos los que te la limpian son tus amigos y mientras estés cubierto de mierda nunca digas ni pío.