Pastrana echó a Gregorio. El empate contra el Caldas en Bogotá a dos goles fue la última presentación de Santa Fe bajo el mando del uruguayo. El profesor acudió a la rueda de prensa con su rostro serio, tal vez desencajado, después de sufrir noventa y pico de minutos en la raya, constatando que el expreso no daba más. Que por mas enjundia, voluntad y coraje que exhiban los jugadores que salten al campo, sus argumentos futbolísticos no alcanzan para ganar partidos contra equipos medianamente ordenados que se metan atrás y cierren espacios para contrarrestar el juego en largo, única vía del expreso para llegar al arco rival.
No dejó terminar la intervención del primer periodista que tomó la palabra para explorar razones que explicaran ese resultado que posiblemente condena al Santa Fe a quedar por fuera de las finales. Tomó el micrófono y, con respeto, anuncio que ya no era el técnico cardenal, pues el presidente había decidido echarlo. Agradeció a los comunicadores por su haber adelantado su labor siempre con deferencia, se levantó de la silla y se marchó.
Esa era la noticia. Ya no importaba hurgar nuevamente buscando explicaciones a la ausencia de jugadores talentosos, a la indiscutible pérdida de solidez defensiva, siempre tan ponderada en los análisis del buen desempeño del equipo en el 2017, o a la pérdida de eficacia en el cabezazo ofensivo, que tanto goles y satisfacciones regaló a la fanaticada albirroja.
En las redes sociales algunos celebraron la salida de quien, en sus palabras, era el culpable del desastre cardenal. Esa posición se sustentaba en tres hechos: perder la final contra Millonarios en diciembre, dar el visto bueno para la salida de Omar Pérez, ídolo de las nuevas generaciones de hinchas santafereños e imponer su criterio en la no aceptación del regreso de Seijas al plantel, jugador venezolano, también venerado por los hinchas, que recuerdan sus años con el Santa Fe y valoran el amor eterno a la divisa cardenal, que el jugador hizo público cuando abandonó al equipo capitalino.
La verdad es que el equipo del 2018 es muy inferior en nómina a aquel que ilusionó a la fanaticada cardenal con una estrella más en diciembre. Las gestiones administrativas para conseguir refuerzos tendrían que calificarse como pobres y poco ágiles, pues el presidente de Club y máximo accionista, César Pastrana, no logró concretar ninguno de los seis posibles refuerzos que se anunciaron y se cayeron de manera inexplicable. Desde ese momento, todo el mundo entendió que Santa Fe tendría muchos problemas para sortear con éxito los retos del torneo doméstico y la copa Libertadores.
El tobogán de los resultados no se hizo esperar y el equipo hilvanó, jornada tras jornada resultados malos, mediocres y buenos, pero nunca pudo estabilizar el rendimiento ni una línea titular.
Las lesiones, el cansancio y las limitaciones del plantel convirtieron los partidos en verdaderas tragedias para quienes con estoicismo acompañaron al equipo. El técnico siempre dio la cara, respaldó y blindó al grupo, asumió la responsabilidad por los resultados deportivos del club y por las decisiones que tomó en la conformación de la plantilla y reconoció que esas decisiones enfriaron su relación con el presidente, de quien se distanció de manera evidente.
Con este pedazo de la historia de la salida del técnico cardenal, podríamos decir que, en el mal momento cardenal, la responsabilidad de Gregorio Pérez está en haber cerrado la puerta a Omar Pérez y Manuel Seijas y en no haber sido capaz de darle estabilidad al rendimiento del equipo.
Pero este otoño cardenal, este lento languidecer del potencial de equipo debe tener más elementos que lo explican. Empecemos por mencionar la constante salida de jugadores, avalada por la presidencia y originada en sus buenas presentaciones, que no se reemplazaron por jugadores de igual nivel. La lista es larga, pero mencionemos algunos: Camilo Vargas, Otálvaro, Mina, Meza, Dayron Mosquera, Daniel Torres, Luis Carlos Arias, Borja, Anchico, Jonatan Gómez. Los jugadores que llegaron a cubrir estas vacantes, con el visto bueno de la presidencia del club, no tuvieron el mismo nivel de rendimiento. Y ni hablemos de la lista de jugadores indisciplinados, ovejas negras de otros equipos, que, si bien rindieron en algunos pasajes de las temporadas en las que participaron, terminaron con un “chorro de babas”, dejando al club y a la afición, como se dice coloquialmente, “colgados de la brocha”. Luis Quiñones y Johan Arango, son ejemplos de esas riesgosas apuestas del presidente, para reforzar al equipo.
En la gestión deportiva del presidente Pastrana a la hora de buscar jugadores, tendríamos que recordar también a varios jugadores que pasaron sin pena ni gloria. ¿Qué tal esa camada que se trajo del Cortuluá? ¿O los ecuatorianos Méndez y Angulo? El panameño Cummings, Luis Páez, Salaberry, Falcón, para mencionar algunos. El rendimiento de éstos dejó mucho que desear y su paso por Santa Fe fue más bien pobre.
Dos veces vino Costas, consiguió triunfos importantes y dos veces se fue sin que la opinión conociera los reales motivos su partida. Lo mismo ocurrió con Pelusso, gestor del único triunfo suramericano que tiene el club. Las explicaciones del presidente y su participación en ellas fueron, en ambos casos, vagas e imprecisas, por decir lo menos.
Es cierto que el presidente del club tiene méritos indiscutibles en su gestión. Así se han reconocido en esta Platea, pero de un tiempo para acá podríamos decir que contempla sin mayores sobresaltos, la llegada del otoño cardenal.
En unas declaraciones que dio en febrero a la prensa, calificó a la hinchada cardenal de “clasiquera”, es decir, que solo va al estadio a los clásicos y a las finales, salvo los 14000 de siempre a los que declaró su afecto. Tal vez no tuvo en cuenta en ese momento, que el espectáculo ha sido cada vez más pobre y el equipo languidece.
Ayer salió a los medios a decir que había que tomar decisiones y salir de Gregorio Pérez. Su rostro estaba desencajado, tenso y se denotaba molesto. Anunció que el plantel profesional quedará bajo las órdenes de Agustín Julio, Gerardo Bedoya y sorprendentemente afirmó que él también estará en esa labor: “Estaré de la mano ahí”.
Se va Gregorio. Deja a su paso la imagen de un caballero, de un señor. Trabajó sin aspavientos con el grupo que las directivas le dieron. Sacó lo mejor que pudo de ellos, siempre en silencio, con prudencia y criterio. Tal vez se olvide que durante el segundo torneo de 2017 sorprendió a propios y extraños ganando juegos de local y visitante, liderando el torneo y clasificando a las finales con mucha anticipación. Tal vez el agradecimiento por esas satisfacciones que le brindó a la hinchada cardenal quede en el olvido, tapado por la pobre campaña de este semestre. Así es el fútbol, dirán muchos. Mandan los resultados y hay que buscarlos siempre. Pero, así como los triunfos son de todos, las derrotas también. Lo que sigue es una tarea titánica: impedir que Santa Fe inicie otra vez una travesía por el desierto de los malos resultados y las derrotas. Se necesita corregir el rumbo desde la cabeza. Reto grande para un equipo, que hoy se ve sin alma. ¡Vamos León ¡