Después de la complicada y polémica victoria del jueves pasado ante Bolivia, un vendaval de críticas y pesimismo se instaló en el campamento de la selección colombiana de fútbol. Pékerman y sus muchachos sintieron cómo su afición les volteó la espalda y, como si eso fuera poco, el romance entre los jugadores y la prensa sufrió una fractura severa, luego de la publicación de una foto de James haciéndoles pistola a los periodistas.

Para muchos, Quito se podría convertir en la tumba de lo que quedaba de esa selección Colombia que enamoró al país hasta hace pocos días. Había rumor de tragedia rondando al equipo. Subir a los 2850 metros de altura de la capital ecuatoriana, con ese pobre rendimiento para enfrentar a un equipo que en los últimos años, e incluso en los primeros juegos de esta eliminatoria convirtió al estadio Atahualpa en un fortín inexpugnable y sacar un buen resultado, lucía como algo improbable. Los pocos periodistas optimistas se daban por bien servidos con un empate.

Tal vez nunca antes la selección había estado tan sola. Se tenían a ellos mismos y a nadie más. Fue evidente en esos abrazos sentidos y solidarios que se dieron en el campo de juego todos los titulares entre ellos. Se fueron buscando, Mina a Ospina, Zapata a Mina, James a Cuadrado, Borja a Cardona, Aguilar a Sánchez, todos a todos, en un impensado ritual que no se sabía bien a qué obedecía: un saludo de condolencia por lo que se podría venir encima, o una refrendación de solidaridad infinita para sacar adelante el juego, a pesar de lo difícil que podía ser.

La duda se disipó rápidamente. Como once fieras, los colombianos salieron a comerse al rival en su propio campo. Sin dejarlos pensar ni tomar el control de los minutos iniciales del juego, lentamente se encargaron de desdibujar al rival, que, diezmado por la ausencia de algunos titulares, también era visto con recelo por su afición.

Al minuto 20, Borja corrió un balón que le metió en profundidad Sánchez y con exquisito pase de tres dedos al corazón del área chica, invitó a James a embestir al defensa que lo marcaba y anotar el primer gol colombiano. Antes de que Ecuador se repusiera de ese mazazo que significó el gol de James, 14 minutos más tarde era él quien, después de una magistral habilitación de Cardona, tiró el balón al borde del área chica y muy cumplido, Cuadrado acudió a la cita con él para tocarla suavemente y convertir el segundo y definitivo gol de Colombia.

El segundo tiempo fue de gran manejo por los muchachos de Pékerman. Aplomados en el campo y convencidos de sus capacidades, le dieron trámite a un juego que se desequilibró definitivamente al ser expulsado el ecuatoriano Luis Caicedo al cumplirse el primer cuarto de hora. Después Borja pudo hacer el tercero para Colombia, pero está escrito que los delanteros nacionales no anotarán en la eliminatoria, al menos hasta el mes de agosto, cuando enfrentemos a Venezuela.

En esta Platea queremos destacar el trabajo del grupo para alcanzar el resultado. Tanto los titulares como los que entraron más tarde, tenían en la mente la importancia de privilegiar el rendimiento grupal antes que el individual. Todos entregaron hasta el último aliento y estuvieron dispuestos a reventarse en el campo por sacar un resultado favorable.

Esta es Colombia. Un equipo plagado de jugadores talentosos, que no reniegan de su idiosincrasia. Porque los colombianos funcionamos muy bien bajo presión. Porque cuando no tenemos margen de error brota la solidaridad y el compromiso. Porque tenemos la tendencia a no saber manejar la opulencia. Porque con frecuencia estamos corriendo en el colegio, la universidad o el trabajo para terminar las tareas o proyectos. Puede que esa sea una característica de nuestra manera de ver la vida. Hoy la selección Colombia, con la espada encima, puyada por las críticas y la desconfianza, fue más colombiana que nunca.

Y con la actuación de hoy, la selección le devolvió la alegría y la esperanza a toda una nación, volvió a ganar en Quito después de 20 años y se acomodó, cuando menos en el tercer lugar de la clasificación Suramericana. Antes de jugar esta doble jornada, éramos sextos y estábamos por fuera del Mundial. Ahora, por mal que nos vaya, después de ganar seis de seis puntos posibles, podemos soñar con un tiquete directo a Rusia.

La paz y el sosiego vuelven al seno de la selección, al menos hasta agosto. Los periodistas a los que pude oír en algunos programas, preguntando si sería conveniente entregarle a Reinaldo Rueda el equipo nacional a estas alturas de la eliminatoria, para dar un timonazo al desastre que se avecinaba, tendrán que esperar un poco más.

Desde esta Platea queremos dejar una reflexión: ¿será que jugar en Barranquilla ya no es una ventaja? Por allí pasaron exitosamente Argentina, Chile y Uruguay, quienes anteriormente se derretían con el calor de la arenosa. Parecería que aprendieron a soportar el calor y salir bien librados de la otrora caldera barranquillera.

Por el contrario, este equipo ha rendido muy bien de visitante y el mito de poder obtener buenos resultados jugando en la altura de La Paz y Quito parece derrumbarse. Allí cosechamos los seis puntos que nos invitan a soñar con Rusia 2018.

Pékerman tenía razones para aparecer risueño hoy en la rueda de prensa. Digamos que su cara denotaba la alegría que lo embargaba. Pero él sabe, más que nadie, que el objetivo final se logrará pasito a pasito… despacito.