Dicen que se juega como se vive. Un buen amigo me lo recordó hoy mientras comentábamos las incidencias del difícil juego en el que Colombia empató a dos goles frente a un muy fuerte equipo uruguayo en Barranquilla. El comentario viene a colación puesto que con bastante zozobra y angustia, el equipo nacional salvó un punto que será muy importante a la hora definitiva de hacer las cuentas para ir al mundial de Rusia. Fue un encuentro de vértigo, tensión, miedo y frenesí: una radiografía de la realidad nacional. Colombia por ratos exhibió un juego espeso y equivocado, que le impidió administrar con tranquilidad la ventaja inicial.

Colombia venía de triunfar en el último minuto frente a Paraguay en Asunción. Para muchos comentaristas, el resultado era “normal”, puesto que el equipo tricolor se había acostumbrado a ganar en Asunción por eliminatorias mundialistas. De igual manera, se esperaba que frente a Uruguay en Barranquilla el resultado fuera favorable, pues en los últimos enfrentamientos, los charrúas habían sido ampliamente dominados y goleados. De manera que para algunos el botín de esta jornada doble no debía ser inferior a seis puntos, producto de dos victorias.

Un cierto triunfalismo se palpaba en el ambiente. Sin embargo, una vez más nos estrellamos contra esa verdad incontrastable del fútbol: de camiseta y de historia nadie gana. Hay que ir a la cancha y derrotar al rival. Pese a que a los 15 minutos ya ganábamos gracias al cabezazo de Aguilar, lentamente el equipo de Pékerman cayó en la trampa tendida por los muchachos uruguayos y se fue diluyendo en un juego de choque, de abuso de jugadas individuales y de poca efectividad a la hora de rematar al arco rival.

Uruguay empató pronto y en el segundo tiempo, cuando Colombia lo tenía contra las cuerdas gracias al ingreso de Cardona y un poco al aporte de Martínez,  en una jugaba aislada Luis Suárez, solo ante Ospina, anotó con remate cruzado el segundo gol uruguayo que parecía sentenciar el juego a su favor.

Quedaban pocos minutos para salvarnos del naufragio. Del triunfalismo inicial, que hizo caso omiso del buen rendimiento del rival, pasamos a la sorpresa y a la angustia por salvar el juego. Con ganas y garra, pero sin claridad, Colombia salió a buscar el empate. Sin orden y sin quién tomara la batuta con propiedad, a los trompicones Colombia inclinó el campo hacia el arco uruguayo. Y aparecieron los dilemas sobre el mejor plan para lograr el empate: “¿Por la derecha con las individualidades de Cuadrado?”, parecían proponer unos. “No. Mejor por la izquierda buscando el remate de Cardona”, acotaban otros.  “Sí, Cardona es importante, pero asociándose con Aguilar”, sentenciaban varios. “No, estamos equivocando el camino”, argumentaban quienes preferían utilizar la media distancia.

Y así, en medio de esa confusión ante el resultado inesperado, a pocos minutos de concluir el juego, Yerry Mina, uno de los más jóvenes del equipo nacional, inició una jugada de ataque que él mismo convirtió en el gol del empate, al rematar de cabeza el milimétrico servicio que le hizo Cuadrado.

No hubo tiempo para más. Colombia pasó del triunfalismo inicial, evidente al menos entre quienes desde afuera analizaban el juego, al miedo por la derrota que se venía encima. Las cartas están echadas. Después de esta jornada doble seguimos clasificados para la cita en Moscú en el 2018.  El camino aún es largo y son muchos los obstáculos que debe sortear esta Colombia de Pékerman. La anhelada clasificación, pese a los dos puntos cedidos ante Uruguay, está en manos del grupo. Será cuestión de trabajarla con compromiso, paciencia  y con el aporte de todos.