Así se llamó una popular banda de rock colombiana, que sonó con insistencia desde finales de la década de los ochenta y hasta bien entrados los noventas; esos años son recordados por todos como una época de enorme crispación, violencia e intolerancia en nuestro país. Su nombre era una evocación a lo que se vivía, a lo que se sentía.

Recuerdo hoy este hecho porque posiblemente el nombre de la banda adquiriría el mismo sentido si reflejara la realidad por la que atravesamos en la actualidad y a la que no escapa ninguna actividad de esta sociedad: Polarización, diálogo de sordos, intolerancia, matoneo.

Hubiera querido dedicar este espacio para hablar de tantos logros importantes recientes en el fútbol colombiano, pero las sensaciones que impregnan a la realidad nacional, no lo permiten.

Podríamos haber empezado por el Atlético Nacional: ¿Cómo desconocer y dejar de felicitar al Atlético Nacional, sus directivos y seguidores en todo el país por la obtención de su segunda Copa Libertadores? Su gran campaña en el torneo continental fue impresionante. Cabalgó en la Copa de principio a fin y sorteó con éxito los bravos partidos que le señaló el calendario, con un rendimiento más que sobresaliente. Su merecido triunfo es el resultado de la convicción por sacar adelante un proyecto empresarial de gran envergadura, que pone al Nacional a la altura de muchos clubes grandes de la región e incluso del mundo. Comunión entre directivos, cuerpo técnico, jugadores e hinchas hace posible tales resultados. Los triunfos son para sus seguidores, eso es claro, pero los beneficios trascienden las toldas verdolagas y redundan en fortalecimiento y vitrina del fútbol colombiano en el escenario internacional.

También habríamos podido dedicar este espacio para reconocer el impacto internacional del triunfo de independiente Santa fe en el Japón, en la Suruga Bank Cup, frente al Kashima Antlers. Este fue el primer torneo intercontinental  ganado por un equipo colombiano. El equipo cardenal se ganó el derecho de participar allí por ser el campeón vigente de la Copa Suramericana. Nadie puede desconocer que Santa fe desde hace varios años ha venido fortaleciendo su estructura empresarial, diversificando las fuentes de sus ingresos, fortaleciendo sus divisiones inferiores y ampliando su masa de seguidores, luego de haber tenido que someterse a una reestructuración empresarial bajo los parámetros de la Ley 550.

No es poca cosa, que dos clubes colombianos, Nacional y Santa fe, ostenten los títulos de las dos competiciones de clubes más importantes de Suramérica. Muchas veces vemos con cierta envidia cómo en otros países, logros menores a los obtenidos por Nacional y Santa fe, son ampliamente destacados por todos y motivo de orgullo y unión nacional: aprendamos de ellos.

Podríamos haber destacado el hecho de que por primera vez una selección olímpica masculina clasifica a la segunda ronda. Después de haber participado por última vez en los Juegos de Barcelona en 1992, el equipo dirigido por “Piscis” Restrepo enfrentará al equipo anfitrión, Brasil, que carga sobre sus espaldas la presión de no haber ganado nunca en la historia la presea dorada olímpica. Colombia será quien diga esta noche si Brasil deberá posponer sus sueños al menos por otros cuatro años.

De igual manera sigue siendo un logro, al que ya nos acostumbramos y valoramos poco, que la selección de mayores ocupe los primeros lugares del escalafón producido por la FIFA. Somos terceros y nos parece algo común. Como si nos lo mereciéramos porque sí y no porque es el resultado de un proceso digno de apoyo. Estamos a pocas semanas de enfrentar una nueva fecha de la eliminatoria a Rusia, en la que podremos consolidar la recuperación de un mal principio de competencia y meternos definitivamente dentro del grupo de los clasificados directos por Suramérica.

Pero no. Estamos enfrascados en solucionar las diferencias a la brava. Nos centramos en imponer conceptos  sin respetar razones diferentes. En disminuir la tolerancia y respeto  en por quienes viven el fútbol desde orillas diferentes, profesando amor hacia otra divisa.

Millonarios, uno de los equipos sobre los que el fútbol colombiano ha ganado su prestigio internacional a través de los tiempos, vive una crisis institucional enorme. El proyecto deportivo encomendado por las directivas a Rubén Israel acaba de terminar, a mitad de campeonato. El uruguayo no pudo sostenerse al frente del equipo, luego de encadenar una seguidilla de malos resultados que lo hicieron dar un paso al costado. Pero estos resultados deportivos, normales en el ciclo de cualquier institución y la salida del técnico, se dieron en medio de una negra sucesión de hechos reprobables para esta Platea, como la indebida intención del principal patrocinador del equipo bogotano de forzar la salida de Israel, utilizando como vía para lograrlo, la recolección de firmas, el mecanismo que más se usa actualmente en el país para revocar mandatos y decisiones.

Los hinchas albiazules, molestos por los malos resultados de su equipo, protestaron por el bajo desempeño de los jugadores y por la ausencia de soluciones desde el banco técnico. Algunos de ellos, de manera airada, desproporcionada y violenta, en la última presentación de Millos en Bogotá, invadieron la cancha a pocos minutos de finalizar el encuentro para expresar su  inconformismo con la situación del club. Feo espectáculo para el público, dentro del cual se encontraban niños aterrados, que no comprenden por qué razón los adultos nos empeñamos a resolver por las vías de hecho lo que no nos gusta, lo que no entendemos, lo que no compartimos.

La invasión de los campos de juego empieza a preocupar a las autoridades, pues ya se han presentado estos brotes de fanatismo e intemperancia en diferentes estadios del país. Tunja, Cali, hay más ejemplos. Pierde terreno ese magnífico logro que le dejó al país el Mundial Sub-20 del 2011 de ver fútbol en canchas sin mallas de contención para los hinchas.

Pero los estados alterados no se ven solamente en el fútbol nacional:

“¿Y por qué se ve esto tan triste? Son los tiempos, señor”.  Al igual que en Comala, el pueblo donde vivía Pedro Páramo, en la novela de Juan Rulfo, por acá esto se ve triste.

Los estados alterados por el Sí y por el No, por el respeto a la diversidad, por el color de la piel, por la ausencia de oportunidades, nos hacen perder las maneras.

Creo, al igual que Maturana, que “se juega como se vive” y merecemos mucho más que tristeza para este país.

Puede ser que para muchos de nosotros sea muy difícil intentar resolver los conflictos a través del diálogo y el respeto de la diferencia. Pero no condenemos a las nuevas generaciones a reproducir esos modelos violentos para resolver nuestras diferencias.

Que el fútbol se viva en paz, que podamos seguir celebrando los éxitos de los nuestros con respeto y tolerancia. Hagámoslo por los que vienen detrás. Juguemos en paz, para que vivamos en paz.