Lo dijo hasta el cansancio y en todos los tonos, pero nadie le creyó…
A veces nos empeñamos en oír lo que queremos, sin detenernos a pensar sobre quien lo dice. En este caso estamos hablando de Diego Simeone, “El Cholo”, a quien los colombianos recordamos desde la lejana y mítica tarde otoñal argentina de 1993, corriendo desaforado detrás de Valderrama, Rincón, Asprilla y compañía. Ese día, pese a que Argentina perdía ante Colombia por cinco goles a cero, en el estadio Monumental de Buenos Aires, aunque en el campo de juego era evidente la neta superioridad de los cafeteros, “El Cholo” no paraba de marcar, pegar y ordenar a sus compañeros. Así ha sentido el fútbol desde siempre. “Mientras quede oxígeno en los pulmones”, no nos daremos por vencidos” decía el Cholo.
Ese talante, esa manera de vivir el juego y pelear la gloria, es su sello personal con el que ha encumbrado al Atlético de Madrid a las más altas posiciones del fútbol mundial.
Pero siempre lo advirtió. En todas las ruedas de prensa insistió en aquello que para él, era la base de ese crecimiento del Atlético. Y para muchos sonó a disculpa, a distractor, a paraguas para justificarse en los malos momentos. Pero él tenía razón. Desde diciembre de 2011, momento en el que se anunció su fichaje como técnico del equipo español, el Cholo se dedicó con la paciencia del orfebre, a moldear al Atlético como un equipo de fútbol que explica sus resultados desde la pasión, el esfuerzo, el compromiso y el hambre de gloria.
Así el Atlético empezó a dar sus frutos y atrás quedaron las frustraciones de temporadas aciagas y decepcionantes. Con menos presupuesto que su rival de patio, el Real Madrid y, por supuesto, que el Barcelona, poco a poco se les fue acercando en rendimiento y resultados hasta que se consolidó como el gran adversario que debe superar quienes quieran conquistar la Liga Española.
Pero el Cholo nunca se creyó ese cuento. Con tranquilidad y pies de plomo mantuvo un discurso que para muchos fue perdiendo credibilidad, en la medida en que los triunfos llegaban por montones. Ese cuentico de “vamos paso a paso”, “no somos favoritos”, “intentamos competir con intensidad partido tras partido”, sonaba a retórica.
Tan aburridos estaban con este discurso sus rivales y los periodistas, que finalmente tuvo que evolucionar en su argumento y decir que en series cortas, es decir en enfrentamientos de ida y vuelta ante encopetados rivales, el Atlético estaba en condiciones de ganar, pero que era imposible seguirles el paso al Madrid y al Barcelona a lo largo de una larga temporada. Para él, su equipo no tenía cómo sostener la excelencia y el rendimiento por más de 20 partidos.
Avanzaban los torneos y aumentaban los triunfos. Pese a que entraban y salían jugadores todas las temporadas, el equipo competía siempre con intensidad, con entrega y sacrificio, aunque entregándole la iniciativa a los rivales, que al final caían víctimas de punzantes contragolpes y cargas aéreas de los siempre buenos cabeceadores que se enfundaron la camiseta “colchonera”: los Diegos, (Forlán, Costa, Godín), Falcao, “El niño Torres”, encabezan la lista de los responsables de las gloriosas tardes de triunfos rojiblancos.
Pero después de ganar la Liga 2013-2014 y de ser subcampeón de la Champions en la misma temporada, no le quedó al Atlético otro camino que dejar atrás su “síndrome de Peter Pan”, madurar y entender que es un equipo grande. Esta temporada aceptó el reto y el equipo creció perfilándose como candidato a todos los títulos en juego. Ante los flojos resultados iniciales del Madrid por la presencia de Benítez en el banco y su desconexión con los pesos pesados del vestuario, incluido James, el Atlético compitió de manera formidable con el poderoso Barca, amenazando la supremacía blaugrana.
Este pudo ser el principio del fin. La chapa de equipo grande obligó a Simeone y los suyos a tener que encarar muchas veces los partidos desde la incómoda situación de favoritos. Así sucedió en la final de la Champions, pues no podía ser distinto. Había llegado allí después de dejar en el camino al Barcelona en cuartos de final y al Bayern de Guardiola en semifinales.
Y el Cholo lo sabía. Puedo asegurar que de ser Simeone jesuita y practicar en las noches antes de dormir “el examen general de conciencia”, habría concluido que salir al campo de juego en condición de favorito, era traicionar sus principios de juego.
Ante el Madrid en la final de la Champions, el Atlético en el primer tiempo lució incómodo, desconectado, inseguro e incapaz de asumir su rol de favorito. En cambio el Madrid, acostumbrado a ser protagonista en las grandes citas, independientemente de cual haya sido la manera de llegar a ella, entró al campo dispuesto a demostrar que no en vano es el equipo con más Champions ganadas y que de la mano de Zidane, técnico joven que aun vibra con las sensaciones de jugador en el vestuario, en 20 minutos destrozó al Atlético y le recordó cómo se comporta un equipo grande. En ese lapso hubiera podido sentenciar el juego. Sacó ventaja de la experiencia de sus grandes jugadores y pese a que durante largos pasajes fue sometido por el empuje del rival, alargó el juego hasta el minuto 120, para finalmente levantar ‘La Orejona”, después de tiros desde el punto penal.
Al Atlético le pesó el rol de candidato al triunfo. No le alcanzó y Simeone lo sabía. Ese equipo ha estado construido para ganar viniendo de atrás. Pero tal vez lo más grave es que el Cholo nunca más podrá volver a enfrentar una temporada con este grupo argumentando que no es un grande ni candidato a ganar todo lo que juegue. Es posible que por esa razón, al finalizar el juego, dejó en el aire que no sabe si seguirá al frente del Atlético. Eso solo la sabe Simeone.
Por todo ello ¡Simeone tenía razón!, Lo dijo hasta el cansancio y en todos los tonos, pero nadie le creyó: Este Atlético es mejor cuando su objetivo está a 90 minutos.
Más allá de eso es futurología y Simeone no sabe de eso.