Lo recuerdo como si fuera ayer. En el año 1983, competíamos con el equipo de mis amigos en un torneo de marcas, con más entusiasmo que preparación táctica. Allí, en muchas ocasiones logramos triunfos importantes, una que otra clasificación a semifinales, pero también sufrimos derrotas difíciles de asimilar, bien porque a nuestro juicio no las merecíamos y otras veces porque la superioridad de nuestros rivales era manifiesta y se sentía con rigor en abultados marcadores en contra.
En una ocasión nuestro rival fue un equipo conformado por jugadores mucho más experimentados que nosotros, dentro de los cuales se destacaba un corpulento delantero, que llegó a jugar en el fútbol profesional con el Caldas, llamado Mauricio Gómez.
En aquel encuentro, ya con el partido definido a su favor, el árbitro nos castigó con un penalti que Gómez se alisto para ejecutar. Tomó carrera y de “rabona” anotó un nuevo gol para su equipo. Nuestra impotencia y sensación de haber sido humillados fueron enormes. Claro, es medio del juego, con la sangre caliente no puede sentirse algo diferente. Pero no podemos desconocer que esa decisión solo la toma alguien que está confiado y cree en sus capacidades, en el manejo de la técnica y en la sangre fría para ejecutar una pena máxima de esa forma.
Saco esta historia del baúl de mis recuerdos porque hoy, en el juego entre el Barcelona y el Celta de Vigo, Messi, con la complicidad de Suárez, convirtió en gol un penalti que se decretó a favor del Barca de una manera poco usual. Messi encaró al arquero rival, tomó impulso y en lugar de disparar directo al marco, tocó suavemente el balón hacia adelante y a su derecha, por donde ingresó galopando como una exhalación Luis Suárez, quien acomodó el balón de manera certera a la izquierda del arquero, que sin salir de su sorpresa, se incorporaba de nuevo para tratar de bloquear el remate del uruguayo.
Gol inobjetable. El equipo catalán anotaba así su cuarto gol y sentenciaba un juego que 5 minutos antes, cuando solamente ganaba por 2 a 1, estaba aún abierto a un empate que el Celta no veía lejos de sus posibilidades.
Desde ese momento se abrió el debate en las redes sociales y en la prensa europea acerca de si la jugada había sido una humillación, una falta de respeto o simplemente una genialidad de dos jugadores que en esta temporada, junto con Neymar, le han regalado a los seguidores del Barcelona maravillosos juegos, desplegando talento, picardía y juego de conjunto. Pocas delanteras en el mundo están en la capacidad de dar el espectáculo que brindan estos tres suramericanos, soportados, claro está por todo un equipo que basa su juego en la tenencia de la pelota, el control del balón y su buen trato.
Creo que en esa jugada, como en muchas otras a lo largo del juego, había un riesgo implícito de fallar. Antes del primer gol de Barcelona, fallaron goles cantados, que hubieran podido extender la distancia en el marcador, que por bastante tiempo estuvo comprometido. El Celta se derrumbó en los últimos minutos, pero vendió cara su derrota. Estuvo cerca de irse arriba en el marcador con el juego emparado a cero, y en más de una ocasión amenazó con anotar un segundo gol que hubiera complicado las cosas para el Barcelona. Pero el triunfo amplio por 6 a 1 se dio porque Messi y demás jugadores talentosos de equipo culé no cedieron en su empeño de ganar el juego con sus armas: pisadas de balón en el área rival, taconazos, paredes cortas, magistrales cobros de tiros libres, velocidad, precisión, gambetas, talento puro. ¡Qué exhibición la de Messi y el Barcelona!
Ese es el fútbol que sienten y así lo juegan con el marcador a favor o en contra, de locales o de visitantes. Por eso es uno de los equipos más potentes del mundo, y sin duda de los más vistosos. Mueren con las botas puestas. Por eso convierten en espectáculo un juego como el de hoy; por eso sus rivales se juegan la vida plantándole cara a un rival que intenta someter a sus rivales siempre. Sin importar quién esté al frente. Menos mal para el fútbol existen equipos como el Barcelona. Equipos que nos recuerdan que el fútbol es un deporte de conjunto, con espacio para el talento, para el juego vistoso, para el juego ofensivo. Esos equipos que llenan la retina de los espectadores siempre quedarán en el recuerdo de quienes gozan con las demostraciones de los artistas del juego, de los virtuosos del balón.
Messi y los suyos se han ganado un lugar en la historia del fútbol mundial más allá de los innumerables títulos conseguidos. Están en la lista de aquellos que regalan semana tras semana una jugada para no olvidar. Una jugada que se recreará una y mil en los recreos de los colegios por miles de niños que sueñan con jugar algún día como los elegidos.