Después de la desazón que produjo entre los colombianos la actuación del equipo nacional contra Uruguay, la visita de hoy a Santiago para enfrentar a Chile, el campeón de América, se veía como el paso al cadalso.

Hace mucho tiempo que no se veía una coincidencia tan marcada entre lo que pensaba el público en general y los comentaristas, incluso algunos veteranos, acerca del negro futuro de la selección.

Que Pékerman se equivoca en las convocatorias, en las alineaciones, en la dirección del juego.

Que los jugadores están agrandados, que perdieron el hambre de gloria, que hay rencillas internas, que no hay un líder, que envejecieron y mil cosas más.

Incluso alcance a oír en un prestigioso programa de televisión a un respetado comentarista que con algo de mordacidad comentaba que un exconductor de taxi era ahora técnico de selección. ¿A quién se referiría?

Pero con la actuación de hoy Colombia demostró que su equipo sigue siendo grande, su técnico mostró los pergaminos que avalan su trayectoria y los jugadores ratificaron su compromiso con la obtención de un cupo para el mundial de Rusia.

El fútbol es un juego en el que todo puede suceder. Nadie gana sin jugar. 

Hoy Pékerman, con una acertada escogencia de los jugadores y un planteamiento táctico acertado, nos permitió disfrutar de un muy buen juego colectivo para empatar un partido que pudo haberse ganado, más cuando al menos en una ocasión el árbitro perjudicó de manera severa a Colombia, por ejemplo negándole un penalti en la segunda etapa.

El empate en Chile es muy importante y lo será más si el martes logra derrotar a Argentina en Barranquilla.

De lograrlo, Colombia terminaría sus compromisos del 2015 con un puntaje más que sobresaliente: dos triunfos de local y un empate a domicilio. ¿Nada mal cierto?

Varias enseñanzas nos quedan de este juego, pero me quedo con dos. La primera, que Pékerman sabe lo que hace. Silencioso, metódico y comprometido. Como todo un profesional. La segunda, que ojalá dejemos de tener este comportamiento bipolar con el que encumbramos hasta el cielo a nuestros deportistas cuando obtienen triunfos, pero que con la misma pasión los arrastramos por el fango cuando las cosas se complican. Ni lo uno ni lo otro. Mesura. El camino es culebrero, pero podemos seguir soñando.