Se hace tarde, pensé estando todavía lejos de la hora en la que nos habíamos citado. Revisé todo de nuevo, quise estar seguro de no olvidar nada, de que no me falte nada. Es igual, es un ritual, nuestro ritual.

Uno a uno, elemento por elemento lo revisé. ¿Estaré bien vestido? Voy con mi mejor camisa, la verde y blanca, la de los estampados coloridos, la de los mensajes sentidos, la de los domingos, la de cada domingo.

Llevo con ella la expectativa y la emoción. Me lucen, dice mamá. Reviso de nuevo la hora, el reloj me pide apurarme, la distancia no es larga, pero la ansiedad le agrega minutos a un tiempo que cada vez es menor. Pronto te veré, pronto estaremos juntos, no paro de pensarlo.

Jeans, tenis, camisa. La gorra en la mano junto a un tuvo de PVC que tiene mejor uso que ese por el que corren los cables de mi casa porque en el extremo opuesto van los colores de mi alma.

Sonrío, por supuesto, es el día que esperé durante toda la semana y por fin llegó. No me falta nada. Las entradas en el bolsillo, la ilusión en la mirada y el alma llena de emoción y sentimiento, de amor puro como lo es el primero, el, después del de mamá, el único.

Chequeo con los amigos, finalmente no voy solo. Todos y todas preparados, vestidos y dispuestos. Todos y todas con la misma alegría, el deseo. Compartimos ideas por el WhatsApp, animamos a quien vaya demorado y recriminamos, con respeto, a quienes optaron por, esta vez, no acompañarnos, no siempre se puede, pero siempre se debe.

Inicia el recorrido, suena una buena salsa o un buen rock, es una lista de reproducción automática. Conversamos de la última vez que estuvimos juntos, recordamos lo vivido, lo celebrado, lo compartido deseando solamente repetir esos abrazos que nos dimos, esos gritos que pegamos y tener la felicidad en el cuerpo, así mismo como cuando nos despedimos.

El camino ya no es tan largo. La ciudad va quedando atrás, lentamente las miradas cambian. Encuentras ojos como los tuyos, llenos de pasión, de ganas, de fuerza y voluntad, algunos de esos ojos lucen irritados, otros un tanto más brillantes, pero todos, sin decirnos nada, sabemos que la hora se acerca y sin importar quiénes somos o de dónde venimos, estaremos juntos.

La carretera terminó, el camino se hace angosto, colorido, blanco y verde, verde y blanco, no hay otro que domine. El corazón irremediablemente cambia de ritmo. Saludamos a quien reconocemos, al que no conocemos, a todos porque somos familia.

El carro queda en su lugar. Nos separan algunos pasos, los soy a prisa, no quiero llegar tarde. Una fila nos separa, una requisa, un chequeo de identidad y acceso. Me reciben los viejos con el agua, Martín con el maní y un saludo con un mensaje positivo, un “hoy ganamos”.

Camino unos metros más, doblo a la izquierda, una revisión de acceso más. Tres, cuatro, cinco, seis y hasta la fila nueve… ahí está mi lugar, el de siempre, donde espero a que llegues para verte.

Cae la tarde, los colores del cielo se funden con la hermosura de casa. El pasto brilla en su verdor, el azul se funde entre el rosa de una tarde que será nuestra, la brisa sopla de a poco, nos acaricia. El tiempo se agota, la hora llegó.

Suena un himno, nos levantamos de las sillas, la piel se eriza un poco, salen los celulares, las fotos, los gritos. Cae algo de papel, llueve aliento y se percibe la fe.

Ahí estas, frente mí, en tu casa, nuestra casa y yo, feliz por verte de nuevo, no me cambio por nada, estoy donde debo estar, cuando debo estar: siempre.

Te extraño mucho, ya quiero verte de nuevo.

Vamos Cali, vamos Carajo.

Nos vemos, ojalá pronto y completos, en el estadio, nos extrañaremos y leemos por acá.

@Germanchos

 

*Foto: es mía, la saqué del Facebook que tengo para compartir este contenido, obvio, ahora es tuya.

*Originalmente publicada en www.germanchos.com