Es viernes en la tarde, seguramente el entrenamiento ya termino y ambos equipos, en sus concentraciones, tratan de pensar en otra cosa, en alguna distracción, en algo que los inspire, los motive, les dé herramientas. Saben, espero, como lo sabés vos, lo sé yo, que los clásicos no se juegan, se ganan.

Para Lucas Pusineri, el DT del Deportivo Cali será uno especial, como todo cuando es una primera vez. Seguramente verá nuestra casa en Palmaseca por primera vez con más de 20.000 hinchas desde que llegó.

Sentirá, como debe sentirlo el rival, que habrá una hinchada tras su espalda dispuesta a dejar el último aire en los gritos de aliento, en la fuerza, en la fe y el acompañamiento. Acá no hay distinción de nada, no importa el origen, el apellido, el credo, la profesión o el estado civil, acá todos somos y seremos uno: el Deportivo Cali, el jugador extra, el que se entrega, el que da y da. Sí, porque debemos ir a eso, a alentar de principio a fin, sin miedo, con esperanza, con el mismo deseo que tiene un plantel de muchachos por sumar, por hacer las cosas bien, ¡por ganar!

Aquí no existen excusas, no hay juventud ni vejez, no hay estadísticas que valgan o posición en la tabla, acá no importa nada solo salir a ganar, concentrados, fuertes, comprometidos, con hambre, con ganas, con fe, con el respaldo de la gente… con toda, por todo.

Dinenno, Delorenzi, Palavecino sentirán lo que es estar en casa enfrentando a los que antes traían el diablo por primera vez, tendrán en frente a nuestro clásico rival, a quienes les llevamos 16 juegos de ventaja en los enfrentamientos históricos, a quienes no pueden ganarnos tantas veces o tan frecuentemente como su numerosa hinchada quiere, anhela. Primera vez para ellos en un duelo que se ha repetido para mi tantas veces que no puedo ya contarlas y en las que he celebrado, salido conforme, rabioso o simplemente dolido.

Es nuestro clásico, ese que no tuvimos por cinco años, ese que queremos ver siempre, con los nervios propios de quien sabe que está en juego algo más que los tres puntos, el lugar en la tabla o el goleador del torneo. En el clásico se juega todo, la burla del mes o los meses previos al siguiente, el prestigio, la dignidad. ¿Qué le queda al derrotado? la lección y las ganas de desquite. Al ganador, el pecho hinchado, la sonrisa, el placer de poderlo celebrar cada vez por cada vez que no lo pudo hacer.

Quiero ganar, siempre que voy contra el rojo. No me cabe pensar en las alineaciones, en las variantes, en los números o el rendimiento. No pienso en si habrán hinchas «clasiqueros» o «vecinos» en el estadio, solo sé que me pondré mi camiseta, haré mis cábalas, oraré por la tranquilidad, inteligencia, resolutividad, combatividad, fuerza y contundencia de los míos e iré a la cancha con fe, con ganas, con mi mejor energía. Ellos necesitan certezas donde los demás ofrezcan dudas, ellos necesitan luz cuando alguien en la cancha les ofrezca oscuridad, ellos necesitan motivación más allá de un premio, ellos, los muchachos, necesitan de mi, de mi apoyo de decirles: Vamos carajo, vamos por los colores, por la honra, porque un clásico no se juega, se gana.

Vamos Cali, con toda, por todo.

Nos vemos en el estadio, nos leemos por acá

@Germanchos 

*Foto: Archivo particular.

 

*Originalmente publicada en el blog de Germanchos invitados a conocerlo.