Los lunes cuando tu equipo cae el fin de semana son diferentes. No hay el mismo animo de otros amaneceres, llegar a tu lugar de estudio o trabajo es complicado, no querés que se hable del tema ni que lo mencionen sólo esperás porque sea domingo otra vez para salir a la cancha a recuperarte.

Con el Deportivo Cali nos ha ocurrido así todo el semestre. Hemos llegado con el pecho inflado ocho veces mientras que otras seis hemos dejado que sean otros los que celebren. Una irregularidad que, en el sistema de torneo que tenemos, es mortal.

Si algo he aprendido en los treinta y pico de años que vengo siguiendo a «el glorioso» es que nada, nada de lo nuestro es fácil. Nos gusta, como un placer culposo, sufrir más de la cuenta para celebrar con toda. Ir en contra de la corriente, ganarle a todos y a todo, siempre ha sido nuestro modo de enfrentar los campeonatos.

Pero esta vez es muy posible que ese afán de sufrimiento nos pase una costosa factura. Estamos a punto de quedar eliminados defendiendo el titulo, algo que se puede dar, cómo no, pero que a las claras no habla bien del Cali.

Hemos dejado ir puntos clave en casa. Desde la primera fecha cuando caímos con Jaguares (último en la tabla hoy día) sabíamos que el principal rival que tendría el Deportivo Cali iba ser el Deportivo Cali.

En casa, en Palmaseca, a veces a puerta cerrada, el Cali jugó diez partidos. Ganamos cinco, empatamos tres (Tolima, Águilas y Pasto) y perdimos dos (Jaguares y Once Caldas). 12 puntos que se nos fueron por errores individuales, fallas en los planteamientos, falta de suerte, falta de compromiso o simplemente exceso de confianza. Todo resumido en algo triste: conformismo.

En la fecha 13, tras el empate a uno en el estadio de Envigado, el profe Castro dijo «menos mal tenemos el cupo a Copa». El equipo, sin fútbol como gran parte del semestre, había presentado un juego pobre, sin alma y muy frío. En ese momento no se vio como se ve ahora pero el mensaje fue claro: el 2016 porque el 2015 ya qué.

Obvio, las semanas siguientes el discurso cambio y regresamos al «vamos con toda», «cada partido será una final», «no podemos ceder más puntos» y el «debemos hacernos fuertes en casa».

El resultado ustedes lo vivieron como yo en ese viernes de pesadilla al caer con el Once Caldas. Actitud muy poca o cuando ya no había tiempo para nada. Jugadores dormidos, jugadores sin hambre, faltos de fútbol y actitud con un DT que desde el banco lo único que pudo hacer fue manotear al aire y proferir palabras de grueso calibre. En el fondo supo que equivocó el planteamiento, no por no creer en él, sino porque sus dirigidos no lo interpretaron como debía. Demoró los cambios, perdimos todos.

Estamos de novenos en la tabla. La fe es lo último que se pierde y, así como lo he estado antes, alentaré hasta el final. Sé que hay una serie de resultados que nos permitirán llegar a las finales y ojalá se den, no quiero a Pecoso infartado y quiero al verde y blanco ahí, donde debe estar, peleando campeonato siempre.

Es una lección dura para todos. Para los hinchas (incluidos y particularmente a los que solo llegan para las finales), para los socios, para los jugadores, cuerpo técnico y directivos.  Estos pelaos maduraron biches y los referentes no pudieron inculcarles lo que se necesita para no conformarse con un pedacito de la gloria cuando, con trabajo, sacrificio, entrega e inteligencia, pudiste tenerlo todo.

Esperar resultados principalmente el que no depende de nosotros: ganarle al Huila y de forma contundente.

Esperar que el Señor de los Milagros de Buga se acuerde de sus hijos verde y blancos, de nosotros los que acompañamos, los que la sufrimos y los que, tristemente, nos complicamos sólitos.

Estamos en sus manos y en sus pies.

Nos leemos por acá

@Germanchos