Después de que la Selección Colombiana culminara el mejor año de su historia, muchos dicen que esta es la única gran generación de la historia. ¿Para exaltar al equipo actual hay que olvidar e ignorar a la generación de los 80 y 90?
Según el historiador francés Henry Rouso, las memorias significan la presencia activa de un pasado en el presente que articula recuerdos y olvidos, lo consciente y lo inconsciente, la parte que aceptamos y asumimos, como también aquella que negamos y mantenemos oculta. Por otro lado, el filósofo búlgaro, Tzvetan Todorov afirma que muchas de esas memorias colectivas son subterráneas, se oponen en silencio a la verdad oficial, esperando el momento esperado y oportuno para convertirse en dominantes.
Durante décadas se ha mantenido un relato emergente, de algunos seguidores de la Selección Colombia, que afirman que la Selección de los noventa fue una generación sobrevalorada, de buenos jugadores pero faltos de profesionalismo, permeada por la cultura narco y que estaba mal dirigida por entrenadores regionalistas que preferían el amiguismo a la meritócracia. Tras el regreso apoteósico del mundial de Brasil y la consolidación de ese proceso con el tercer lugar en el ranking de la FIFA esas voces que muchas veces están en silencio y a veces se pueden oír decían: «que por fin veían a una Selección Colombia que generara fe y esperanza», «que esta si es la verdadera y única gran generación del fútbol colombiano» y que «gran favor hizo la ‘moza’ del ‘Bolillo’ de sacrificarse, en bien de la patria. Sacar a «la rosca paisa» es como sacar a Roberto Gerlein y a Horacio Serpa del Senado».
Los portavoces de esos relatos emergentes, también osan a criticar a esa generación también en el terreno estrictamente futbolístico. Dicen que sus grandes triunfos son pírricos y que en el formato actual el empate contra una Alemania clasificada no servía para nada y que el 5 a 0 solo daba un cupo a un mundial en que se mostró lo peor de esa generación: soberbia, indisciplina e inmadurez. También afirman que Valderrama era el único «diez» exitoso que no pateaba al arco, que Rincón a diferencia de James sucumbió sin pelearla con el entorno del Real Madrid y que Asprilla a diferencia de Falcao, no se consagró en una final europea por haberse lesionado pateando un bus y discutiendo con el chofer.
Comparar a esa generación con la actual es un deporte inútil que sólo se nos ocurre a los colombianos y críticarla, también. Cuando Francisco Maturana asumió en 1987, el fútbol colombiano carecía de identidad futbolística. Vivíamos en tiempos en el que los yugoslavos Vidinic y Vezelinovic nacionalizaban a media escuadra, en el que Ochoa Uribe prefería jugar una final de la Libertadores en vez de jugar un definitivo repechaje contra Paraguay. Jugar en una selección que no se ponía ni de acuerdo en el color de su uniforme, quitaba el prestigio (parafraseando a Carlos Tévez) a quién quisiera integrarla.
Muchos críticos de Maturana llegaron a decir que cualquiera con esos jugadores habría ido a los mundiales. Él, siempre educado contesta que jugadores colombianos buenos siempre hubo (Jairo Arboleda, Diego Umaña y Willington Ortiz, entre los más notables) pero que nadie les trabajo la parte mental y que nadie aportó una idea futbolística acorde a la calidad técnica innata del jugador colombiano. Los resultados a la vista: la clasificación a tres mundiales tras 28 años de ausencia, la primera Copa Libertadores de nuestro fútbol, que se abriera para siempre el mercado europeo y el argentino. Tan atrasados estábamos, que hasta 1988, la Selección Colombia jugó su primer partido en Europa. Si, en el mismo continente en el que acabamos de ganar dos partidos seguidos y llenar de colombianos un estadio entero.
Es tan absurda esa comparación, que ha llegado a los propios jugadores. Mientras Falcao afirma que uno de sus mejores recuerdos fue cuando su papá lo llevó a conocer al ‘Pibe’ y mientras vemos al eterno 10 sonriente con ‘Teo’ en el Monumental, jugadores como Aristizabal eran reacios al nombramiento de Pekerman en la selección. Por otro lado Rincón llegó a decir que «el equipo en la eliminatoria jugo mal y que contra Brasil, Colombia parecía un equipo pequeño» y ‘El Tino’ antes de Brasil 2014 decía que el no les puede tener envidia porque «yo jugué dos mundiales y mientras este equipo no gane lo que ganamos nosotros, no se puede comparar«. Por eso hay que exaltar las palabras de Carlos Valderrama alegrándose delante de Maradona y Víctor Hugo Morales de que este equipo de Pekerman superara lo que hizo el suyo, por el bien del fútbol colombiano.
En fin, si seguimos comparando y dividiendo nos va a pasar lo mismo que los argentinos, que por exaltar la gloria del 86 y al bilardismo se desconoce y se niega la gesta de la Argentina de Menotti en el 78, a pesar de la dictadura militar. Lo que es inútil porque tal cómo dijo un legendario periodista de El Gráfico, Juvenal: «sin Argentina del 78 no existiría Argentina del 86». Lo mismo cabe para la Selección Colombia: sin el legado de Valderrama, Rincón, Maturana, ‘Bolillo’ y Asprilla, quizá hubiera sido difícil ver a James colgándola en el ángulo en el Maracaná, a Falcao en el United y a los hijos de ‘El Tren’ y Rincón en el fútbol argentino.
Hace casi un año, el hoy director de Bocas, Mauricio Silva, dijo que su fanatismo por Millonarios le hacía desconocer lo importante y determinante que fue Francisco Maturana para el fútbol colombiano. No obstante, todavía hay quienes mantienen esas memorias emergentes quizá heredadas de lo peor que le paso al fútbol colombiano: la rivalidad entre la rosca paisa y «lo bogotano». Por eso hacen chistes que no hacen reír: el de la moza del ‘Bolillo’ como heroína nacional. Disfrutan de una historia y un presente en el que «un mal ejemplo», tuvo mucho que ver.