José Pekerman no sólo le devolvió la fe al país clasificando la selección, sino que con silencio y trabajo les contestó a tres enconados críticos, en un país en el que el que grita más duro siempre tiene la razón.
Pekerman no inventó el fútbol colombiano, no tiene los títulos de Gabriel Ochoa Uribe, no nos puso en el mapa futbolístico cómo Francisco Maturana pero si logró unir a un país que ya empezaba a evocar las glorias del pasado en libros y series de televisión. Si bien recogió el trabajo que hicieron otros, ha sido el que más jugo le saco futbolística, humana y psicológicamente a un grupo de jugadores que necesitaba un «pigmaleón» que los uniera en torno a un objetivo. Sin embargo, no fueron pocos los que creían que esto fuera posible.
Víctor Hugo Aristizábal, Édgar Perea y Carlos Antonio Vélez lejos estuvieron de creer que el DT argentino fuera el que sacara de la inestabilidad (estos jugadores tuvieron en tres años cuatro técnicos), la desconfianza y la derrota a un conjunto de individualidades para convertirlas en un equipo, con virtudes y defectos. Voy a analizar uno por uno estos casos, poniéndolos en contexto, para demostrar que el «Dios del fútbol de hoy» para muchos fue y es «un cuentero argentino«.
Víctor Hugo Aristizábal: Es el máximo goleador de la historia de Nacional con 206 goles, triunfó en Brasil, pero ha sido el jugador más cuestionado en la historia de la Selección Colombia. Salvo en la Copa América de 2001, el 4-0 en Asunción de 2001 (partido en el que hizo tres goles) y tres juegos en la selección de «Chiqui» García, siempre fue con «la tricolor» el mejor delantero del mundo sin balón, porque no la tocaba nunca.
Sin embargo, asumiendo su rol de «histórico» afirmó cuando llegó Pekerman que: «hay dos cargos en Colombia que no pueden ser ocupados por los extranjeros: la presidencia de la República y la dirección técnica de la Selección«. El popular «Aristí«, quién renunció a la Selección en plena eliminatoria de 2003, olvida que no hay técnicos extranjeros o nacionales sino buenos y malos y que Pekerman llegó al cargo después de que se probara con 8 técnicos en 13 años que lejos estuvieron de llevarnos a la élite mundial. Bajo esa premisa, Inglaterra, el país más tradicionalista del mundo, jamás hubiera traído a Sven Goran Eriksson. Tras la clasificación, Aristizábal no ha vuelto emitir opinión, quizá esperando el momento oportuno para demostrar que tenía la razón.
Édgar Perea: Es quizá el mejor narrador deportivo de la historia del país, junto a Pastor Londoño Passos y Carlos Arturo Rueda. Perea, aún vigente cómo periodista, pero sin la popularidad de antes, también criticó la llegada de Pekerman diciendo: «que acá no podes llegar con cuentico argentino y decir que vas a clasificar al Mundial»
Perea, quién fue pastranista, serpista, samperista, uribista y que fue el gran defensor y el peor enemigo de Francisco Maturana y «Bolillo» Gómez en sus ciclos como entrenadores del equipo nacional, mantuvo a medida que pasaba la eliminatoria su postura de que los resultados se deben exclusivamente a los jugadores y no al trabajo del entrenador. Quizá apelando a la vieja premisa de que si gana Colombia es mérito de los jugadores (y no del que los puso y los paró en la cancha) y de que si pierda es culpa del técnico, sabe que bajo sus reglas, nunca va a perder.
Carlos Antonio Vélez: Es el periodista deportivo con mayor influencia del país y uno de los pocos que tiene conocimientos tácticos en un medio en el que el fútbol se remite a la pasión y a las estadísticas. Polémico, jamás pasa desapercibido. Es el único de estos tres personajes que habla de el técnico todos los días, haciendo ver en su postura que: «Pekerman, no nos quitó el taparrabos futbolísticamente hablando«.
Despúes de pedir que la eliminatoria la dirigiera un técnico que conociera la eliminatoria y hubiera jugado mundiales, empezó a nombrar a Pekermán como «Don José«, un apodo que por tratar de agradar termina incomodando. A medida que se dieron los resultados empezó a decir que el éxito se debía a que Pekerman sabía conciliar pero que el gran trabajo se debía a la labor del analista de partidos Gabriel Weiner y del psicólogo Marcelo Roffe. Desde septiembre de 2012, viene pidiendo que la selección juegue bien, que siempre la salvan las individualidades, que Colombia, salvo contra Chile en Santiago («ganarle a Uruguay en Barranquilla es trámite«), siempre estuvo lejos de ser un equipo.
Muchas veces recuerda que Pekerman dejó en el banco a Messi y que fracasó en el mundial de Alemania 2006. Tal vez no sepa que el primer Balón de Oro del 10 del Barcelona se lo dedicó a Pekerman agradeciéndole todo lo que hizo por él. También dice que no es un fenómeno sino estuviera dirigiendo en Argentina. Tal vez no sepa lo mucho que lo extrañan acá y que existe la firme convicción de que la Selección Argentina (la mayor y la juvenil) perdió su identidad cuando el «proyecto Pekerman» (que duró 12 años), fue tirado a la basura.
La última semana argumentó que el porcentaje de la clasificación se lo deben en un 70% a los jugadores, 20% al técnico y un 10% a la suerte y que Martino, el que nos dijo dos veces que «no», hubiera hecho mejor eliminatoria. También afirma que planteó mal casi todos los partidos y que tuvo la suerte de jugar una eliminatoria fácil. Su frase de batalla «yo critico al que todos alaban y alabo al que todos critican» no tiene sustento porque en las épocas más bajas de su examigo Jorge Luis Pinto, fue su adversario acérrimo.
El experimentado periodista Rufino Acosta afirmó en twitter que los opositores de Pekerman deben criticar de frente, con argumentos, sin medias tintas ya que hacer oposición es válido. Sin embargo, sus voces están a contramano no sólo de lo que piensa la mayoría de la afición y sobre todo la de los dueños de la verdad: los jugadores. Todos saben que si bien esta es una generación irrepetible, sin Pekerman difícilmente se hubiera clasificado con la mayor puntuación de la historia, así al equipo todavía le faltan unas materias para lograr la excelencia.
Pekerman debe rendir examen en Brasil 2014, donde los críticos lo miraran con lupa y si no logra estar dentro de los ocho primeros («lo que merece este equipo»), no sólo ellos tres saldrán a decir que tenían la razón sino la gente que hoy lo alaba lo criticará como cuando perdió contra Ecuador en Quito. Igual él les tiene una respuesta: honestidad y humildad. Si le va bien no va a sacar pecho y si le va mal, pedirá disculpas con el mismo equilibrio con que puso a Colombia en la órbita del fútbol mundial.