La posible transferencia de Falcao García al Mónaco ha conmocionado el ambiente del fútbol. Se puede estar de acuerdo o no con esa decisión, pero el goleador se ganó el derecho de decidir en libertad

Cuando Juan Pablo Montoya anunció que dejaba la Formula 1 para ir a la NASCAR a todos nos tomó por sorpresa. Tanto que la noticia nos conmocionó e indignó más que el cabezazo de Zidane a Materazzi que acababa de suceder unos minutos antes. Todos nos preguntábamos porque iba a dejar la Formula 1 si era lo máximo y afirmábamos que en la Nascar se iba a quemar. Montoya dijo que sólo quería ser feliz y muchos quedamos fríos ante tan contundente argumento.

Siete años después, Falcao García volvió a generar una sensación general de desazón y desconcierto. La noticia de que ya había firmado por el Mónaco despertó del letargo a los sabihondos del balón: «¿Para qué se va a ir a un equipo que acaba de ascender?«, «ese equipo es malo, no va a jugar la Champions«, «cómo va a ir Falcao a ese equipo si está para el Chelsea y el Madrid«, «se va a quemar por plata«, «si es para eso, que se quede con los troncos del Atlético, va a jugar la Champions y ya jugó con ellos»

En milésimas de segundo y sin que Falcao se haya pronunciado paso a ser el malo de la película. Cometió el pecado de no hacer lo que la gente quiere, de no cumplir deseos reprimidos y no se lo perdonan. Cometió el pecado de ir a donde le van a pagar lo que el mercado dice que vale y ya le dicen «mercenario». Falcao como otros grandes ídolos es víctima de su propio éxito y según muchos debe responder las exigencias de todos. Sin embargo, él sólo se debe a él mismo y nadie cómo él sabe lo que quiere.

Siempre le he tocado remar contra la corriente y ha salido indemne. Callar bocas ha sido uno de sus deportes favoritos. Nadie daba un peso por un niño que emigro a la Argentina a los 14 años y triunfo tras sufrir tantas penurias. Algunos cuestionaron su paso al Porto y pronto callaron ante la avalancha de goles y títulos. Todos cuestionamos su paso al Atlético y luego tuvimos que callarnos ante tanto gol, tanto título y ante una brillante actuación en solitario contra el Chelsea, el campeón de la «Champions».

Con Falcao siempre nos ha faltado memoria. Al igual que Messi, el fútbol colombiano no lo retuvo, lo dejó ir bien temprano y sólo lo valoró cuando el dedo no podía tapar el sol radiante. Ahora que gano títulos en Europa, que ya hace goles en la selección, seguimos con las exigencias de que tiene que triunfar en el Chelsea o en el Madrid porque sí. Si no lo hace, sólo le importa la plata y le falta ambición. Lo dicen periodistas o personas que en el fondo «sienten que la plata es lo más importante en la vida«.

A diferencia de otros mercenarios de verdad que van al futbol chino, ruso o árabe a previlegiar el dinero por la gloria en lo que es «una profesión corta» a Falcao el entorno no le quita la ambición. Hará goles en el Estadio Luis II, cómo ya los hizo en el «Campincito» con el Fair Play y en el Monumental. Él sólo disfruta de jugar al fútbol y no le importa donde sea. El usa ese don que Dios le dio para ser feliz sin importar las opiniones de quienes tratan a un finalista de la Champions cómo los Jaguares de Córdoba.

Falcao, al parecer es la piedra ángular de un proyecto que quiere encumbrar al Mónaco -están interesados en Tévez, Víctor Valdés y Villa- a ser uno de los más grandes de Europa. Iria cómo alguna vez fue Battaglia al América de Cali, Maradona al Napoli, Agüero al City, Drogba al Chelsea e Ibrahimovic al PSG. Iría por la gloria, para pasar a la historia. Porque la del Madrid y el Chelsea ya la escribieron otros.

Ni siquiera se ha concretado el pase y mostramos lo peor de nosotros mismos. Cuando tomamos decisiones trascendentales, a nadie de nosotros nos gusta que nos critiquen. Ahora no critiquemos a quien ha hecho méritos para decidir con la libertad de haber cumplido parte de sus sueños. Se que la noticia causó conmoción. Pero Falcao a diferencia de Montoya, irá a Mónaco o a donde quiera no sólo a ser feliz sino a levantar trofeos. Sólo así puede saciar su hambre. Por algo le dicen «el Tigre»