Cambió. Y mucho. Los partidos «ya no se ven»: ahora se viven. No es que antes no produjeran emociones, es que ahora intervienen más sentidos y su disfrute es magnificado por la tecnología, convirtiendo su consumo en una experiencia extraordinaria.
¿Cómo lo explico? Ya sé: devolvámonos a la mañana del viernes del Colombia- Ecuador. Ese día desperté triste por la certeza de no poder ver el juego, ya que aquí en Brasil no les interesa las Eliminatorias (ellos están adentro por ser sede) y no lo trasmitían por O Globo. Puse el S.O.S en Facebook y en menos de dos horas 36 personas me dieron respuestas de todo tipo:
— ¡No te envidio! se burló Bibiana
— ¡Mejor lárgate a la playa de Copacabana! recomendó Iván Darío
— ¡Para qué te lamentas, si tú ya clasificaste porque estás allá! (bueno, eso lo escribió mi hermano con varias cervezas en la cabeza, ocho horas antes del inicio).
— Si no lo puedes ver, al menos escúchalo ¿no que te gusta la radio? -ironizó Lyda- La idea no era mala; más era imposible: la avaricia de la Fifa bloquea hasta las ondas hertzianas. Me indigné pensando eso ¿en qué momento le dimos tanto poder a esa ONU del balón?
— ¡Déjate de joder y búscate un amigo que tenga TV satelital- posteó Jaime desde Barranquilla. Sí tenía uno, pero justo había viajado. Le puse un msn y me confirmó: «va por el canal 28, pero regreso hasta el martes. Lo siento». Más lo sentía yo.
Resignado. Devastado por la tragedia de viajar al país del fútbol y quedarme sin él, distraje mi preocupación inventando actividades para sobrevivir la tarde sin el rumor del Metropolitano. Patear latas en el malecón de Ipanema y adivinar formas en las nubes de Leblón fue lo más brillante que imaginé.
— No te hagas el tonto, síguelo por Twitter– trinó con furia Alejo, desde Barcelona.
— Yo lo voy a seguir minuto a minuto por internet– me comentó por el messenger Felipe, desde Ciudad de México.
¿Fútbol por trinos? ¿Por actualizaciones on line del periodismo? No. Perdónenme, pero no. Soy de la generación de no pestañear frente al rectángulo incandescente. Sé que en una época, en Cartagena, los paisanos de Caraballo seguían sus peleas bajo el balcón de la oficina de correos a dónde llegaban los cables. Un funcionario se asomaba y leía el resumen de cada round y todos celebraban en diferido los nocáut de nuestro gallo. Pero ahora eso sería in-so-por-ta-ble.
— Pareces del siglo XIX– se rió Miguel Ángel. Él y varios amigos, a través del inbox, me indicaron aplicaciones para burlar la restricción de señal para los sitios web de Colombia y tres de ellos coincidieron en una página, que puso fin a mi búsqueda: la oferta de ella era fantástica. El sol volvió a salir para mí.
Ya instalado, cerré las ventanas del cuarto y abrí las de mi PC. Navegué por un menú de canales y me quedé con uno peruano; sin embargo no me resistí y le dí una ojeadita a otros juegos clasificatorios en Europa… aproveché para agradecer a mis corresponsales a través de FB y charlé con varios de ellos «en tiempo real» mientras Teófilo y Falcao seguían dilapidando opciones; agrandando de cuando en vez mi perfil de twitter para medir la tensión del juego y dando clics sucesivos y escribiendo a mayor velocidad que Armero en Skype con amigos de Chile y Uruguay.
— ¡Eso no fue penal– me dijo Carlos desde Concepción y — «sí que lo fue», protestó Dante desde Montevideo— me quedé viendo la repetición y por la inactividad del chat, noté que también ellos lo hacían. Ahí caí en cuenta: no sólo no era penalti de Sánchez, sino que la manera de ver fútbol había cambiado y la manera de acompañarlo también.
Cerré los ojos haciendo fuerza para que Ayoví lo botara y para agradecer a este mágico invento que hizo posible no sólo ver partidos de forma remota, sino crear ambientes en varias dimensiones, para acercar a las personas con más rapidez de lo que te tardas en decir santiamén. Gol de internet. Y de Colombia también.