Acabo de llegar del Maracaná. El regreso a casa fue una de esas experiencias que tardan en olvidarse: un rio humano de color pentacampeón se fue embutiendo en el metro y allí miles de manos golpearon las paredes de los vagones acompañando el espontáneo canto del himno nacional brasilero. Pero la creatividad superó el patrioterismo: desde distintas partes del metro un director improvisado iniciaba un cántico nuevo y la multitud lo seguía sin reparo y acompasada. Era una batucada total.
Me impactó que muchas de las letras y tonadas retomaban las consignas de las marchas que por estos días sacude a la nación de Garrincha; sólo que eran modificadas poniendo ya como enemigo y objeto de burlas no al gobierno y los políticos sino a la selección española y a sus hinchas, incluida la misma Shakira que apareció en varias de las composiciones.
Todo salió redondo en la final. Brasil sabía que ganaría y eso se notó desde los himnos. Los jugadores ya no solo representan el papel de héroes sino que se lo creen y por eso la tribuna se les entregó y dejó sentir su peso de pueblo futbolero y de anfitriones de una cancha mítica que ahora, además, deslumbra: parece que se sale del país de gran economía y de grandes necesidades sociales y se ingresa en una burbuja donde hay un estadio de los que se ven en la Champions League y en animaciones por computador de videojuegos en 3D.
Y por eso no habían acabado de acomodarse los fotógrafos tras las porterías y Fred ya celebraba el primero: el Maracaná se quería caer pero no podía por física vergüenza ya que su remodelación costó algo más de 500 millones de dólares; es decir, con lo que se podrían construir 50 estadios n-u-e-v-o-s (no refacccionados), por no hablar de igual número de escuelas y hospitales que es lo que el pueblo volcado a las calles está gritando con una mezcla de estupefacción e indignación.
Así cómo no iba a quedar lindo. Además de cómodo: no existe punto ciego y sus bondades sólo marcan diferencias en los anexos (zonas vip y palcos, por ejemplo) lo que genera la duda de ¿cómo harán las torcidas (las hinchadas) luego de la Confederaciones? Claro, no habrá malla y ahora todo se reduce a dos anillos sin divisiones. Pago para ver cómo se organizará ese asunto en juegos eléctricos del Brasileirao como un Flamengo- Vasco. Igual duda surge sobre el costo: si cobran las boletas en el torneo local, como en este certamen FIFA, veremos graderías vacías y si las entradas no generan lo suficiente para los clubes ¿cómo pagarán el arriendo y con qué le harán mantenimiento?
Cierro con Neymar: el ‘menino’ aprendió rápido porque se sabe privilegiado con el don del talento y lo optimiza con su fotogenia con las cámaras. Si la diferencia entre Pelé y Maradona es que el segundo jugó en el comienzo de la globalización televisiva; la de Messi y Neymar será que el primero es mudo y el garoto paulista es un maniquí adelantado. Para todo posa. Siempre hace el gesto dramático tanto en las faltas que le cometen, en las celebraciones y en todo el detrás de cámaras en el que sabe filmado. Como Cristiano Ronaldo, sólo que tiene todo el capital cultural de una nación que se describe como «del fútbol».
¿Y España? ella tiene la suerte echada como el Barcelona. El ocaso de un ciclo. El tic- tac que se quedó sin cuerda. Si en algún momento tuvieron chance de ganar el título fue cuando Uruguay amenazó a Brasil, porque en la final ni el penalti ni ese gol hecho que salvó David Luiz les entró.
Por eso a la nación de los toros se le cantó tantos «olés» en contra. Así se salen del favoritismo para la próxima Copa que ahora retoma Brasil. Por eso Felipão se agarra la cabeza; porque sagaz como es él, sabe que nada pierde más a un equipo que el confiarse y sentirse obligado a rendir ante su gente; más siendo el dueño de casa.
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Tremenda minicrónica Quitiman, felicitaciones